85. Matar al mensajero
Mi vecino Joe me dejó a su loro para asistir a la convención mormona en Utah. El pájaro resultó ser una atracción. Recitaba la Biblia con el fervor intransigente de los conversos. Cuando llegaba al Apocalipsis te señalaba con su alita acusadora, como reprochando antiguas lujurias. Una mañana hizo un alto en sus letanías para comentar asuntos más terrenales.
– No pares Joe, no pares – repetía mirándome fijamente con ojillos socarrones.
Empecé a atar cabos mientras notaba un corazón en miniatura latiéndome desbocado en la vena del cuello.
Entonces entendí la repentina preocupación de mi mujer por la salvación de su alma y los frecuentes viajes con mi vecino a jornadas de oración y convivencia. Tenía que mantener la calma, cubrí la jaula con la manta del sofá para no seguir oyéndole. Lo planeé todo al detalle. Lo hice mientras estaba viendo un documental de ornitología en la 2, creo que no sufrió. Esa noche, frente a frente en la mesa del comedor, mi mujer y yo sellamos un pacto sin palabras que nos ha permitido ser la pareja más estable de nuestro entorno.
Le encantó el pollo a las finas hierbas que preparé para la cena.
El pobre loro no tenía la culpa, su único delito fue la sinceridad; pero si el que se acorte su vida ha servido para encauzar una relación de pareja el animalito ha prestado un servicio encomiable, aunque sea a pesar suyo.
Un relato muy imaginativo, elegante y con un toque divertido (menos para el loro, claro), en el que un pacto de silencio cierra una etapa de infidelidad, con arrepentimiento y perdón por la vía de los hechos, sin palabras.
Un abrazo y suerte, Lucas
Ángel, como siempre muchas gracias por verlo y por tu comentario. Enhorabuena por esos seres humanos, que no pude darte la en persona.
Pues sí, Lucas, me parece que tu protagonista tomó una buena decisión. Un traspiés lo da cualquiera, lo importarse es encauzar de nuevo la vida.
El pobre loro no tenía culpa de nada, pero creo que Joe y la esposa infiel han pillado la indirecta.
Un abrazo y suerte.