54. El número
Lo que a ras de suelo se percibía como una brisa fresca, sobre el rascacielos era una desapacible ventolera que atravesaba su traje de licra helándole hasta los huesos. Ya había comprobado la correcta alineación de sus alas de poliestireno, el ajuste de la hebilla del casco, la temperatura y presión atmosféricas, la dirección y velocidad del viento. Visualizó la trayectoria a seguir: los tramos en los que tendría que aletear con brío, aquellos en los que bastaría con planear, los obstáculos contra los que se estrellaría de no maniobrar a tiempo. Abrió finalmente los brazos, anunciando el comienzo del vuelo, y recibió los primeros aplausos de la multitud.
No era lo mismo, sin embargo, que al principio. Algunos empezaban a criticar la parsimonia con que cada tarde ejecutaba el ritual. Que lo hacía para dar emoción, opinaban unos, que se repetía demasiado, reprochaban otros. Y miraban hacia arriba con cierto interés todavía, aunque pensando también en lo tarde que se les estaba haciendo. Sólo parte de los congregados aguardaban expectantes, y lo hacían con la esperanza puesta, según cada uno, en desenlaces contrarios. Las adversas condiciones meteorológicas habían hecho que hoy fueran más los que apostaran por el fracaso.
Somos seres complejos, capaces de arriesgar la vida para llamar la atención y generar adrenalina propia, llegando incluso a intentar vivir de ese espectáculo. También somos sumamente cambiantes, volubles; lo que en un principio fue rompedor y sumamente atrayente, al poco tiempo puede convertirse en rutina, en un «más de lo mismo», relegado a un tercer o cuarto plano. Otra cosa que nos caracteriza, como bien reflejas en tu original relato, acorde con el tema propuesto, es la alegría por el mal ajeno, que el mismo protagonista barrunta, el último recurso para llamar la atención como pretende (último en sentido literal), por desgracia (por desgracia solo para él).
Un relato que es todo un estudio de la psicología humana.
Un abrazo grande y suerte, Enrique
Muchas gracias, Ángel. Profundo y acertado (como es habitual) tu análisis de la situación. Tus palabras hacen mejores siempre los relatos a los que hacen referencia. Creo que ambos compartimos al escribir ese interés por la condición humana, un asunto tan inagotable como interesante. Decía Manuel Vázquez Montalbán que todos los personajes de sus novelas eran él mismo, y que ese era el mejor modo de ponerlos en acción y poder guiar su conducta. Supongo que de algún modo es lo que todos hacemos, con mayor o menor acierto, aunque a veces cueste asumir ciertas naturalezas.
Otro fuerte abrazo para ti y mucha suerte también con tu excelente propuesta.
Pobre condición humana que para pasárnoslo bien tienen que sufrir otros.
Es cierto, si somos sinceros, siempre disfrutamos más con películas o series en las que la maldad y el drama están presentes. De otro modo, no resultan tan atractivas.
Creo que hay que profundizar más en este “fenómeno”.
Un relato de altura!
Completamente de acuerdo, Rosa. Se dice que el cine y el fútbol vinieron a sustituir al espectáculo de las ejecuciones públicas, y que aun así, como bien dices, nos gusta que en las películas muera gente y que los partidos vengan acompañados de cierta polémica, por no hablar de lo que se vive en las corridas de toros, el boxeo, las peleas de gallos… En fin, que no parece que tengamos mucho arreglo.
Muchas gracias por tus palabras. Un abrazo.
Un relato en que lo inusual se convierte en cotidiano.
La capacidad de asombro del ser humano se agota, a veces, tan fácilmente, que enseguida buscamos otros entretenimientos, como adivinar qué le pasará, si logrará su reto o morirá en el intento, como si eso fuese un ingrediente más del número.
Genial relato, Enrique.
Enhorabuena y un placer leerte
Muchas gracias por todo, Alberto.
Leer tu comentario sí que ha sido un placer, por el modo en que está escrito y por la síntesis tan breve y completa que haces en él del sentido del relato. Ya parece bastante complicado y peligroso volar desde un rascacielos con semejante equipación para que encima deje de despertar interés. Yo que él me plantearía cambiar de afición.
Un abrazo.
Hay gente muy colgada por el mundo, sobre todo desde que existe internet. Lo que no ha cambiado nada es el público: desde los gladiadores en el circo o las brujas en la hoguera, hasta tu micro, pasando por cualquier presunto espectáculo que implique riesgo ajeno. Será que en el fondo el ser humano es morboso.
Un abrazo y suerte.
Pues sí. Hay que aceptar que salimos muy mal parados como especie en muchos aspectos, por más que se diga que somos capaces al mismo tiempo de lo peor y de lo mejor. A ver adónde nos lleva lo que apuntas sobre internet y ese avance tan rápido de las nuevas tecnologías. En principio da bastante miedo. Muchas gracias, Rosalía. Otro abrazo para ti.
Enrique, me siento obligad a darte la enhorabuena por el magnífico micro que has compartido con todos nosotros, así como por lo bien que se refleja en él, el tema propuesto. Me gustaría dar un toque de esperanza y de luz, a nosotros mismos y nuestro futuro, por la lenta pero segura desaparición de «¿entretenimientos?, ¿deportes?» como las corridas de toros, pelea de gallos y otros.
Nos leemos
Muchas gracias por todo lo que dices, Isabel Cristina. Me alegra tu toque de esperanza por la desaparición de esos espectáculos, aunque yo no soy tan optimista. Parece complicado, por ejemplo, prohibir las corridas de toros —sigue habiendo mucha afición a ellas entre la sociedad— y el camino de la educación tampoco ofrece buenas expectativas con esta fase de involución que estamos atravesando.
Un abrazo. Nos leemos.