70. Depuración
El arzobispo andaba por la ciudad bendiciendo a todo el que encontraba a su paso. Frecuentaba las tabernas, era socio del equipo de fútbol y el fundador de la peña flamenca. Mientras la gente celebraba sus maneras campechanas, unos monjes que parecían sus guardaespaldas observaban a la muchedumbre bajo sus capuchas. Cada noche visitaban barrios dejados de la mano de Dios y atendían a los más necesitados. En el mejor de los casos rezaban con ellos el rosario y en el peor, limpiaban sus almas. A fin de mes presentaban pruebas de su labor sanadora al arzobispo y este, emocionado por las buenas nuevas, les pagaba religiosamente una cantidad convenida. Amante de la legalidad, les entregaba facturas con el IVA que correspondía a cada tarea resuelta para que pudieran deducirlas de los gastos de la declaración de la renta, siempre que marcaran la casilla de la iglesia. Aplicaba el 4% si hacían desaparecer a creyentes anónimos que dudaban de su fe. El 10% si liquidaban a ovejas descarriadas que comenzaban a convencer al resto del rebaño. Y el 21% cuando tiraban al río con una piedra atada al cuello a curas que incitaban a los feligreses a tener ideas propias.
Este personaje tan campechano de cara a la galería tiene un lado muy oscuro, además de fanático e implacable, convencido de que con sus barbaridades contribuye a que el mundo vaya por donde debe. Seguro que se alegra de pagar esos tantos por cien crecientes de IVA.
Muy original, imaginativo y un canto al hecho sanador y necesario de pensar por uno mismo.
Un abrazo grande y suerte, Pablo
Amigo Ángel, como siempre, presente en los comentarios y con una certera lectura. Tus palabras siempre dan brillo a la historia que se cuenta, y demuestra la inmensa generosidad que tienes con todos nosotros.
En cuanto al relato, se me ocurrió un arzobispo fanático, pero me hubiera valido también un político fanático. Como bien sabes, todo fanatismo intenta atar en corto a los que tiene alrededor.
Un abrazo y mil gracias por pasarte por aquí.
Ay, Pablo, qué bueno. Menos mal que cumplen con la legislación en asuntos tan terrenales como la facturación. Ajustándolo todo bien para que luego les salga a devolver. Muchas suerte y un abrazo fuerte.
Hola, Aurora. Es que cumple con la legislación porque el arzobispo en sus tiempos estudió ciencias económicas y es muy quisquilloso con eso. La estudió en una provincia italiana donde conoció a un tal Vito Corleone, y este le enseñó otras artes y cómo diseñar ofertas que no se pudieran rechazar. 😉
Me alegra muchísimo que te haya gustado y que te hayas pasado por aquí.
Besote.
Muy bueno Pablo, esos monjes con capucha son los mejores sicarios.
Le has dado un giro inesperado y divertido, si no fuera por los destrozos que deja esa panda de mafiosos bendecidos.
El arzobispo “el puto capo”
Me encanta! (Teniendo en cuenta que no es real)
Hola, Rosa. Me gusta leer, además de los relatos, los comentarios, y me he dado cuenta que dejas muchos y muy buenos. Da gusto leerte. Me alegra mucho que te hayas parado también por aquí. Y que te haya gustado ese giro inesperado, uno nunca sabe si van a funcionar o no esos giros hasta que os leo. El “puto capo” está encantado con tus palabras, jajaja. Me lo ha comentado desde su tierra de ficción, y allí se puede quedar.
Un beso bien grande.
Ay, Pablo, que no me esperaba ese giro de guion tan a lo «cosa nostra», pensaba que iría por otros derroteros… Este arzobispo, alias puto capo, tiene el disfraz/coartada perfecto: es un tipo campechano que engaña a todo el mundo y hace de las suyas con los dos encapuchados. Al menos paga el IVA. ¿A qué me suena eso? ¿A otro que ni siquiera lo pagaba? No sé…
Un abrazo y suerte.
Hola, mi querida Rosalía.
Ya ves, al capo con le da por ser muy formal a la hora de pagar y no quiere ni ver el dinero negro. Si hablamos de cuidar a todos los fieles ya la cosa cambia y ahí tiene ideas muy oscuras. Ya sabes, para los que quieren dirigir todo no hay nada que les dé más miedo que la gente piense con libertad.
Un beso muy grande, gracias por pasar por aquí y dale un fuerte abrazo de mi parte a mi amigo Ramón.