12. Je m’en fous
Siempre he escuchado elogios a lo largo de mi vida. La gente enmudecía en mi presencia, se apartaba, me expiaba. No sólo era por mi hermoso cabello blanco, brillante. O por mi cuerpo esbelto, perfectamente cincelado. Era, sobre todo, por ese cuerno dorado que coronaba mi frente. Pero ese apéndice largo y extraño condenó mi vida a una soledad exhausta y a un pertinaz hostigamiento.
Harto de tanta atención, una noche en la que la misma luna vino a perturbar mi sueño con cursis llamadas de atención más propias de adolescentes que del astro anciano que en realidad es, la emprendí a topetazos con el muro del establo en el que permanecía encerrado y, tras dos o tres pérdidas de conciencia, conseguí partir el cuerno además de deformar mi bella cabeza para siempre.
De esta manera he empezado a gustarles a todos, y ahora cultivo mi tiempo entre la introspección y el montañismo.
Lo perfecto puede causar admiración, pero también y al mismo tiempo envidia y distancia, ante lo que se sabe inalcanzable, único y diferente. Todos buscamos lo mismo: ser felices. Si tu protagonista ha conseguido destacar menos y agradar a todos como anhelaba bienvenido sea, aunque haya tenido que afearse para deteriorar tanto esplendor.
Un relato que muestra qie la belleza no siempre ha de ser el ideal.
Un abrazo y suerte, Susana
A veces la belleza es un lastre que deslumbra tanto que impide ver el interior. Ahora tu unicornio(?) está extinto, pero a cambio es un ser mucho más feliz.
Un abrazo y suerte.
Muy buena la voz de tu unicornio, que pierde lo que le hace único pero a cambio gana en felicidad. Bravo.