71. Artificiero (Manuel Pozo Gómez)
Un año, siete meses y trece días. Acaba de cumplir quinientos noventa y dos días en el frente en los que ha transitado por cunetas llenas de cadáveres, desactivado decenas de bombas y ahorrado muchas vidas. Cuando hoy detecta el cable que cruza el sendero por el que avanza su compañía, la carta que recibió el día anterior y que guarda en el bolsillo superior del uniforme le pesa más que todos los muertos que ha visto. Está escrita a mano, en papel de arroz de un suave color morado, con una caligrafía de trazos redondeados y firuletes ornamentales que ocultan su crudeza. Hace un gesto para que se detengan los hombres que caminan tras él. La carta está arrugada y manchada con el barro de sus manos. Se tumba bocabajo y aprieta su corazón contra ella y contra el suelo, respira hondo, recorre el cable con la yema de sus dedos en una caricia infinita, detecta la mina que pende de él, saca unas tenazas de la pequeña bolsa de herramientas que lleva colgada en el costado y pinza con ellas el cable. Sabe que si lo corta, morirá.
La vida siempre es imperfecta e incompleta, más aún para quien se haya inmerso en la mayor de las locuras humanas, la guerra, o en sus consecuencias. Se puede jugar con la muerte todos los días, hay trabajos así de duros, nobles y sacrificados, que salvan vidas a costa de arriesgar la propia, que desactivan poco a poco el infierno. Lo que no se puede es recibir la gota que colma el vaso sin que nada suceda, que se rompa el delgado hilo que mantiene vivo a este hombre, una carta llena de «crudeza», en la que se intuye una mala noticia, tal vez un desengaño sentimental. Es posible sobrellevar durante un tiempo una existencia imperfecta, pero no una en la que no haya nada a lo que asirse.
Un relato que revela que todo el mundo tiene su punto débil, hasta los más preparados y en apariencia fuertes.
Un abrazo y suerte, Manuel
Muchas gracias, Ángel. Es todo un reto escribir en esta página y exponerse a los comentarios de los demás. Se agradece tu dedicación. Un abrazo.
Muy dura tiene que ser esa carta para que un hombre adaptado a las desgracias, decida quitarse la vida. Suele pasar no es raro que cuando nos afectan a nosotros lo vivimos de forma más intensa ya veces desproporciónada. Puede que el final parezca previsible, pero está muy bien llevado.
Muchas gracias por tu comentario, Rosa. ¿Quién sabe si será capaz de controlar sus reacciones tras pasar mucho tiempo combatiendo en el frente?
Manuel, me has dejado con el corazón encogido. Durísimo pero narrado con belleza.
Un abrazo y suerte.
Muchas gracias por leerme, Rosalia. Una pena que no nos hayamos podido conocer en Madrid en la quedada microrrelatista.
Tras tanto tiempo viviendo las miserias de la guerra, y con la ayuda de esa carta que le deja destrozado por dentro, imagino que romperse del todo es la mejor opción que le queda a este artificiero para escapar de una vida que ya no es más que un sucedáneo de la propia muerte. Muchas suerte para tu artificiero.
Un abrazo
Un abrazo
Gracias, Paloma. Un gustazo seguir en contacto contigo.
Me ha encantado el micro, Manuel. La descripción de un momento tan duro dentro de una guerra, y de la desesperación del personaje ante el recuerdo del contenido de la carta, hacen que aumente la tensión. Mucha suerte
Muchas gracias, Jesús. A aprender de ti, amigo.
¡Cuántas cosas cuentas en unas pocas líneas! La dureza de la guerra, la valentía de tu protagonista, y el dolor por el el rechazo de la persona amada. Me gusta mucho la mezcla, Manuel, resulta dramática y a la vez sorprendente y fresca. ¡Enhorabuena y suerte!
Gracias Sara, comentarios así animan a un novato como yo en el mundo del microrrelato.
Me da la sensación por la última frase de que no sólo sabe que morirá, sino que elige morir, incluso aunque existiera otra alternativa. Esa carta pesa demasiado.
Un relato duro con un final más duro aún, que deja al lector con la boca abierta, esperando contra todo pronóstico que todavía quede por alguna parte una frase más, algo que dé ese giro inesperado que salve al protagonista.
Mucha suerte y un besazo, Manuel.