LOS CUENTOS DEL CONVENTO (Colindres, 25 de enero de 2014)
En la última kedada en Colindres nos reunimos 12 participantes de ENTC.
Después de la comida nos trasladamos al Convento de Montehano donde nos cedieron una sala para leer nuestros relatos.
Cada relato llegó dentro de un libro (empaquetado con papel de periódico) con el que compartía título. Al azar repartimos los libros y leimos en alto el que nos tocó.
Aunque Aurora Royo consiguió averiguar de quien eran 6 de ellos, lo cierto es que fue verdaderamente complicado.
En la votación al mejor relato hubo empate entre Paloma Casado y Asun Gárate, y Susana Revuelta fue tercera.
Aquí os dejamos los relatos que se presentaron.
EL VIEJO Y EL MAR, de Asun Gárate
En un banco del parque hay una mujer sentada. Es hermosa, con largos cabellos, y parece muy triste, como si llevara demasiado tiempo esperando a alguien, quizás toda su vida. Es una mujer a cuyo paso ningún hombre se ha girado nunca, una mujer sin ese firme taconeo que obliga a levantar la vista.
De pronto, por el sendero de grava, se acerca un viejo. Le pide permiso para ocupar la otra esquina del banco y permanece un rato callado. Luego, empieza a hablarle de su época de pescador: de horizontes lejanos, de mares azules llenos de peces y de noches estrelladas. Le cuenta que fue feliz en su barco, incluso los días de tormenta o durante esas duras jornadas en las que ningún pez se dejó pescar. Y cómo, a pesar de los años transcurridos desde que abandonó la mar, sus manos aún olían a salitre. Porque la mar no lo había abandonado a él, la tenía prendida en sus recuerdos y en su mirada. Figúrese, terminó diciendo, que la miro a usted y creo estar viendo una sirena…
Entonces la mujer sintió unos calambres recorriéndole las piernas y de su garganta comenzó a brotar un canto maravilloso.
CONFESIONES DE UN MONAGUILLO, de Daniel Irazu
Los rumores viajan lejos. Hablan de un confesor que colecciona bubas y guarda úlceras en la garganta; también de niños que mantienen con él relaciones forzadas, y luego guardan silencio envueltos en cal.
Las velas encendidas al Cristo dibujan en el muro la triste sombra de las ancianas. Aguardan turno mientras el Prior atiende pecados y ordena penitencias. En la capilla espera también un caballero. Acude de las Indias para vengarse, y guarda un puñal. Lleva las manos enguantadas, se emboza con sobrecuello y pañuelo; y, aunque gasta perfumes, huele a podrido.
La última beata marcha a rezar a su santo acostumbrado. Entonces, el asesino sonríe.
Tras la celosía, el Prior reconoce en el andar a un antiguo monaguillo; del que se sirvió y a quien hizo tocamientos obscenos. Le recuerda su juventud, de sacerdote de aldea. Adivina que le trae la muerte.
El cuerpo cae con el acero en los sesos y, de los ojos, una cuenca vacía; quiebra la portezuela del confesionario y termina, boca arriba, en las losas del suelo.
El Cristo cierra los ojos ante la cara preñada de pústulas y bubones.
El caballero deja la catedral, satisfecho pero aún infectado.
Y los niños siguen mudos.
UN HOMBRE BUENO ES DIFICIL DE ENCONTRAR, de Paloma Casado
Mi madre era una mujer que nunca se pintaba, iba a misa todos los domingos y se escarbaba los dientes con un palillo después de las comidas. A mi padre lo conocí solo por la foto de boda que presidía el salón.
Mi madre sostenía que, salvo contadas excepciones históricas, los hombres eran seres brutales que se dejaban llevar por sus vicios y su lascivia. Las contadas excepciones eran: Jesucristo, mi abuelo Casimiro y Martin Luther King a pesar de ser negro. Yo siempre preguntaba ¿Y papá? “También, también” y así se acababa la conversación.
Crecí creyendo que estaba muerto hasta que mucho tiempo después supe que nos había abandonado por otra mujer.
A partir de que las curvas fueron adornando mis huesos, mi madre comenzó a instruirme sobre la correcta elección del marido: “Que sea sobre todo, un hombre bueno”, decía. “Y eso ¿cómo se sabe?” preguntaba yo. “Un buen hombre ha de ser honrado, trabajador, abstemio y sobre todo, debe respetarte”
Cuando la pobre me descubrió enterrando en el jardín al último candidato, solo acerté a justificarme con su frase favorita: “Es que un hombre bueno es difícil de encontrar”
POLVO ERES, de Aurora Arroyo
Cuando se casaron no hicieron viaje de novios. Eran muy jóvenes, no tenían dinero y ella estaba embarazada. Tras la boda se trasladaron a Cuenca, porque Calixto encontró trabajo en el matadero municipal. Ella se acostumbró pronto a su nueva vida, a los críos y a su marido.
Sus gemelos, a los dieciocho, quisieron estudiar en Madrid . Allí alquilaron un piso para ellos. Ella acudía con frecuencia y se ocupaba en guisar y congelar para varios días a fin de que sus hijos comieran sano.
Cada aniversario le intentaba convencer, ya que no habían tenido luna de miel, de visitar Roma. Pero a él no le gustaba viajar. Sus vacaciones se repartían entre sus respectivos pueblos de origen. Quince días en cada uno.
En sus bodas de plata, por fin, reservaron dos semanas en la Ciudad Eterna. El viaje cubrió todas sus expectativas Excepto la de ser un viaje romántico.
La oscuridad y el silencio de las catacumbas de San Calixto le parecieron una metáfora perfecta de su matrimonio, así que Elena decidió, mientras emergía de nuevo a la luz, que en su próxima visita a Madrid contrataría un buen abogado para el divorcio.
TODO LO QUE PODRÍAMOS HABER SIDO TÚ Y YO SI NO FUÉRAMOS TÚ Y YO, de María Elejoste
Como me lo temía aquel año mi equipo no fue a la Champions. Me dediqué a otra de mis pasiones: escribir. Pronto descubrí un blog de micro-relatos que me fascinó. Allí nos conocimos surcando las letras y nos embarcamos en mil aventuras de papel. Empezamos hablando de libros que nos acompañaban en la soledad, luego de nuestros sueños: el tuyo, proteger a los indefensos, el mío, recorrer libre mundos lejanos. Seguro que encontraríamos la forma de crear un futuro para los dos. «África» me decías, en África seremos felices, y durante estos dos últimos años hemos planeadoacampadas en la sabana y cacerías de mariposas.
Esta noche nos conoceremos. Te había dicho que he ahorrado para venir a tu país, algo había que decir. Cuando he salido a la calle, el gentío y los periodistas me rodeaban, pero yo no he podido apartar la mirada del broche de mariposas de una de las manifestantes, la única que permanecía callada y con gesto descompuesto mirando fijamente mi camiseta del rey león.
—¿Quién es? —he preguntado.
—La hermana —me ha contestado mi abogado, y he comprendido eso de que “veinte años no es nada, que febril la mirada”
MÚSICA DE FONDO, de Nieves Martínez
Esa vieja costumbre de no mirarla . Da igual quién comenzó primero. Ella solloza lo de siempre y sus palabras le suenan a canto de sirena. En la cocina mientras, él vuelve a enderezar el imán del cerdito. Le encanta el imán del cerdito que come una hamburguesa. Fue una noche en MacDonald. Lo olvida y abre el frigo: no hay cervezas. En la calle la luna se derrite y él baja al bar de enfrente, dispuesto, una vez más, a emborracharse de silencios. Al fondo, la mujer que está siempre envuelta en su cigarro, le mira sin recato y no pregunta .Desde que se han mirado, la noche se instala en sus pupilas y ambos se acercan hasta un borde que se pierde en el fuego de dos indiferencias compartidas. No quieren regresar, pero él sólo escucha a lo lejos lo que podría ser un canto de sirena
ALGUIEN AL OTRO LADO, de Susana Revuelta
—Judit, cariño, cierra los ojos y duérmete. —Carlos la arropa con el edredón de dibujos y le da un beso en la frente.
—Papi, no apagues la luz del pasillo, eh. —La niña abraza a su muñeca Dora—. ¿Has mirado debajo de la cama?
—Que siií…, tranquila. Hala, a dormir, que es tarde. —Sale del cuarto dejando la puerta entornada.
Y comienza la pesadilla.
Debajo de la almohada, Judit esconde siempre su linterna de los campamentos. Sigilosa se incorpora, se arrodilla sobre la moqueta y alumbra con el foco bajo el lecho. Nada. Se acerca de puntillas al armario, revuelve entre los vestidos colgados. Tampoco nada. Entonces observa un temblor tras las cortinas. «¡Qué mal te has escondido hoy, tonto!», le censura divertida, agarrándole del rabo y arrastrándole por el suelo. Deslumbrado por la luz, el monstruo se tapa los ojos con las garras, indefenso. La niña le sujeta a la sillita de paseo de su bebé y le obliga a tragarse todo el mejunje blanco del biberón. Después, le peina las greñas y le hace unas coletitas.
—Ahora te pondré el disfraz de princesa, ya verás, ya…
Momento que aprovecha el pobre diablo para saltar por la ventana.
UNA EXHIBICIÓN IMPÚDICA MÁS, de Marcos Santander
«No lo voy a hacer más. Me cueste lo que me cueste, no voy a exponer de nuevo mi piel para que los listos de turno, los consumidores del placer casi gratis, los editores de revistas que hacen gala de su doble moralidad, me expongan en el ágora de sus páginas como carne fresca a punto de ser trinchada por las lenguas ―como puñales― de voyeurs, lectores, seguidores y asociados. Está bien que en otras ocasiones, a pesar de mi desnudez, haya podido disimular mis vergüenzas y mayores imperfecciones con remedos pastiche o técnicas modernas de mayor o menor éxito. No puedo más. Es mi conciencia, y el respeto que debo ―en primer lugar― a los míos, lo que me tiene que impulsar a no seguir más con este calvario. Es que no puedo mentir más, y. . . no voy a mentir más».
Mientras aquel atormentado hombre volvía a la realidad desde su cúmulo de ensoñaciones, más o menos conscientes, y, más o menos, difuminadas por el expectante ambiente, creyó escuchar ―como entre fríos silencios de nieve cayendo― la voz del Presidente del Congreso que le espetaba, por tercera vez: «Tiene usted la palabra, señor Rajoy».
LLANTOS Y RABIETAS, de Jesús Redondo Lavín
¡Hey! Dame una lágrima, por favor; dame una lágrima.
El niño cesó su lloro y mientras hipaba me miró entre sorprendido y desconfiado.
Mira, es que yo soy el hombre que recoge las lágrimas. Tengo en mi casa dos garrafones; uno es blanco y el otro verde.
En el blanco echo las lágrimas de los niños; de los niños como tú. Vuestras lágrimas son calentitas y dulces. En el otro garrafón, el verde, guardo las de los mayores. Las lágrimas de los mayores están saladas; bueno, las de los abuelitos son muy amargas pero como se guardan sus penas es muy difícil conseguirlas.
Cuando llega el invierno, desde un acantilado echo al mar las lágrimas saladas del garrafón verde. Por eso cuando las olas chocan contra el rompeolas de los puertos sale tanta espuma.
Después, en la primavera, subo a los montes nevados y rocío las cumbres con las lágrimas del garrafón blanco. Por eso se derriten las nieves que luego forman los ríos.
Silencio, nuevo hipo y el niño rompió de nuevo a llorar.
Eso es mentira; mamá este señor es un mentiroso.
Lo siento señora, yo lo he intentado.
No se preocupe. Muchas gracias. Ha sido bonito oírle.
EL VIEJO Y EL MAR, de Ricardo González
No envidio al pescador de otro tiempo,
de rudas manos,
de buen corazón,
de poco apetito y
poco sueño pero nostálgico.
Desde el malecón intuyo la barca ligera del viejo con el enorme pez atoado. El que trajo, pese a los tiburones, su remisión, que le librará de volver a sentenciar: Primero pides prestado; luego pides limosna.
ALGO VA MAL, de JAMS
Ana me dijo “Toni, algo va mal”
Yo le dije “no pasa nada, cariño, me marcho al cuarto de la plancha” Recogí mis cosas y me trasladé.
Lo único que cambiaron fueron nuestros hábitos sexuales, porque tuvimos que continuar compartiendo el único baño, el sofá verde, la cocina y un viejo frigorífico Westinghouse.
Poco después Ana trajo a Berto, y yo a Bea, mi nuevo amor. “Somos gente cordial, me dijo, no habrá problema”
Berto era guionista de televisión; divertido, muy alto y cinco años más joven que yo. Bea era un encanto; extrovertida y con una obsesión por abrazar y besar a todo el mundo, a todas horas.
Pero hasta la cordialidad, si se agiganta, proyecta sombras, y el apartamento resultó ser un escenario demasiado pequeño para tantos actores con afán protagonista. Una tarde que volví a casa pronto, abrí la puerta y se me colaron los celos, me deshicieron la cama y se acomodaron hasta ocupar todo el sofá.
Ana, que también los había notado, me dijo “Toni, algo va mal”
Yo le dije “no pasa nada, cariño, hablaré con Berto y Bea, que recojan sus cosas y que busquen un apartamento para ellos solos”
He disfrutado con cada uno de los relatos. Gracias por compartirlos. Abrazos.
Me ha encantado leerlos. Me han gusta todos y alguno me ha parecido extraordinario.
Gustándome todos, y aunque el premio ya está concedido :-), mis favoritos han sido por orden alfabético, o sea, sin orden de preferencia:
Asun Garate – Jams -Nieves Martínez -Susana Revuelta
Abrazos.
Parece que el entorno inspira. Muy buenos relatos. Gracias por compartirlos.
Enhorabuena a todos por vuestros estupendos relatos. Gracias por compartir. Saludos
Gracias por compartirlos. Abrazos.
No me extraña que chocara leer alguno en el entorno monástico, pero me parecen excelentes, gracias por dejarnos participar un poquito de aquel momento. ¡Yo no sabría decir cual es mi favorito!
Joé, Eva, pues decídete por el mío 🙂
Me ha encantado poder leerlos con calma, que no digo que en el convento no hubiera tranquilidad, no es eso. A ver la siguiente dónde nos toca juntarnos.