38. Un lobo de mar (Toribios)
Al niño le dijeron que iba a ver el mar. Y un puente colgante por donde pasaban la ría los coches y la gente. El niño contaba los días con impaciencia. Porque del mar tenía una ligera idea por las películas, y el puente lo había visto en una postal que mandaron sus tíos. Pero no es lo mismo. En el cine no se nota la brisa, y en la postal no se ve como se mece la barquilla, ni se oye el crujido urgente del acero. Así que el niño subió al tren de madera y empezó ya a sentir todo aquello, mientras se asomaba por las ventanillas crepitantes y se estremecía con el pitido profundo de la locomotora.
El primer día no pudo ver el mar porque un médico tenía que mirarle con un aparato que estaba muy frío. El segundo día llovió e hizo viento. El tercer día tuvo fiebre.
Pero le compraron un barquito. Uno de plástico, con el casco azul y las velas amarillas. Navegó con él todos los mares. Aún lo tiene. Lo acaba de encontrar cuando vaciaba el trastero de casa de sus padres.
La ilusión se puede frustrar en el último momento, pero como suele decirse, no hay mal que por bien no venga. Un barquito inesperado también puede ser ilusionante, incluso más, además de perdurar físicamente en el tiempo.
Un relato entrañable.
Un abrazo y suerte, Antonio
Gracias, Ángel. Por fortuna el mar siempre estará ahí. Un abrazo.
Nada más triste que tener que engañar a una criatura inocente por su bien. Entran ganas de llorar.
Gracias, Edita. Siempre es mejor ver el mar que una bata blanca, desde luego. Sobre todo cuando un niño tiene fobia a los médicos. Un abrazo.
No hay ilusión más intensa que la ilusión de un niño, tanto, que es capaz de alcanzar a través de ella lo deseado.
Muy bien narrado, hasta el punto de subir al lector junto con el niño a ese tren de madera.
Le auguro largo recorrido a este emotivo texto.
Felicidades.
Gracias, Yoli. El tren de madera, el puente de hierro y el barco de plástico. Mucho material diverso hay aquí, me acabo de dar cuenta. A ver si llegamos tan lejos como el tren…
Tierno y evocador. Un bello relato con las velas de la ilusión al viento.
Gracias, María. Que la ilusión no nos falte.
La mirada de los niños siempre es especial. Un relato delicado y evocador, como al final resuelves.
Nostalgia pura.
Gracias, Rosa. Me alegra que te guste. Un saludo.
Me gusta mucho cómo vas desvelando la historia, y sobre todo ese toque nostálgico al final.
Quizás sea cierto que la auténtica patria es la infancia.
Un abrazo y suerte.
Gracias, Rosalía, por tus palabras.
El poder de la ilusión es invencible, y como aliado de la imaginación, insuperable. Una pequeña historia que deja entrever otra mucho mayor en una narración donde ambas se arropan mutuamente.
Me ha gustado, Antonio.
Y muchas gracias por pasarte a comentar mi relato.
Gracias por tu comentario, Antonio. Me alegro que te haya gustado. Y, de nada, para eso estamos…
Muy tierno, Antonio. Dan ganas de dar un abrazo al niño protagonista de tu micro, al que para que enfrentara la cruel realidad le contaron algo que le hizo volar la fantasía. Mucha suerte y un abrazo.
Gracias, Jesús. Se desperté tu ternura es que el relato ha funcionado. La infancia es un pozo inagotable.
La ilusión de los niños y la nostalgia de los mayores al ver recuerdos de su infancia (y es que hay padres que guardamos de todo!).
Me gustó el relato, Antonio.
Un abrazo,
Carme.
Muchas gracias, Carme. Me alegra que te gustara. Un abrazo.