70. El peso exacto
Tellez sopesó el arma en su mano, comprobó el frío del metal, presagió la adrenalina de lo que habría de venir. Para esconder la semiautomática en el lugar preciso, Tellez la devolvió a Montalvo, su hombre de confianza desde hacía muchos años, desde que lo recogió, huérfano y harapiento, de aquel poblado que Tellez y sus hombres incendiaran años atrás. El reloj daba las 4:45 de la tarde; a las 5:00 se reuniría con Salazar. Entrarían solos al bar, sin escoltas, para hablar de una supuesta negociación de territorios. A la hora pactada se arrellanó en una poltrona, fingiendo calma. El mozo colocaba bebidas mientras Tellez, extasiado, rozaba con la punta de sus dedos la empuñadura bajo la mesa. De pronto, con rapidez y habilidad, desenfundó y encañonó a Salazar, quien, con una mueca, le develó la verdad: Tellez sintió la pistola demasiado ligera y no hubo necesidad de tirar del gatillo; ante sus ojos se iluminaron las figuras de una pareja de supuestos colaboradores que él mismo ejecutó frente la mirada atónita de un niño agazapado ahora convertido en el hombre que le acariciaba lenta y profundamente la garganta con una navaja recién afilada.
Jugar con fuego sabemos los riesgos que tiene. La adrenalina y la emoción pueden volverse en contra. En el juego del todo o nada hay muchas posibilidades de perder, que se cumpla aquello de: «El que a espada mata, a espada muere»; o también: «Quien siembra vientos, recoge tempestades».
Un relato al puro estilo gansteril.
Un abrazo y suerte, Héctor
Ni perna da el tipo. Pura mafia.
Muy bien contada esta historia de gansters, aunque el final me ha dejado confusa: ¿el niño se está vengando?
Un abrazo y suerte.
A todos, gracias por leerme.
@Rosalìa, al parecer así fue.