16. Infelice
Segismundo se retuerce de dolor en la torre mientras cree recordar en una especie de bruma aquello que soñó anoche.
¿Pero fue sueño entonces?
¿Acaso no fue real?
Y, tras desgarrarse la piel en la lucha constante que tiene consigo mismo _ese endiablado carácter suyo_, y con las cadenas que lo aprisionan, al fin concluye y se deja caer al suelo exhausto, vencido por el cansancio.
Reflexiona en silencio según le embarga un cosquilleo de angustia y recaba en que quizás era más feliz antes cuando no sabía, cuando no esperaba…
Vuelve a renacer en él ese sentimiento rabioso y violento que le lleva a imaginar los peores escenarios posibles: Segismundo maldiciendo, Segismundo pegando, humillando, asesinando, blasfemando…
Pero escondida ahí, diminuta, asoma victoriosa y tenue, como una llamita incipiente, la peor de todas las emociones. La que le desgarra la sangre y emponzoña su entendimiento. La más mortífera, la que le postra definitivamente. Y Segismundo hunde los ojos en sus cuencas para espantar la purulencia que, poco a poco, se instala en todo su ser.
Dándose cabezazos contra la roca una risa amarga surge del malhadado cuerpo del hombre-fiera en enconada pendencia contra lo que nunca existió.
«La vida es sueño», nada menos. Tu relato me ha invitado a repasar el argumento, y releer en parte el famoso monólogo de Segismundo. Traer a colación un clásico con respeto y admiración merece siempre debe ser bien recibido. El pobre, casi siempre encerrado, no sabe si vive o sueña, si su verdadera naturaleza, con la que se siente cómodo, es en verdad violenta, ambiciosa, poco ética y peligrosa, tanto como para que se cumpla la profecía que lo encadena por ello; si fue más dichoso cuando creía estar en la realidad, o lo es en la realidad de encierro que le han impuesto. Estamos hechos de recuerdos, unos gratos y otros menos; nos aferramos a los primeros, aunque Segismundo casi no tiene ninguno, más allá de sus propios pensamientos. Una tía mía decía que «cuánto sufre el que sabe», de ahí que él se pregunte si no «era más feliz antes cuando no sabía». Finalmente, resulta ser más magnánimo y mejor persona de lo que se vaticinó, todo lo que necesita era la oportunidad de poder elegir.
Párrafos cortos y descripción intensa del pensamiento de una persona, que podría ser extrapolable a cualquiera en sus mismas circunstancias, que nos hace pensar sobre si tanto nos marca el destino, o tenemos posibilidad de buscar un camino.
Un abrazo y suerte, Susana
Muchas gracias, Ángel! No sé por qué el tema de la saudade me lo trajo a la mente… Es una obra que adoro y pensé enseguida en Segismundo, en la ambigüedad de los recuerdos rescatados y en el dolor que le produciría. Qué se yo. Tú lo explicas maravillosamente. Un abrazo y mil gracias por estar ahí, siempre.
Susana, muy bien tratadas las emociones del personaje, aunque confieso que en la primera lectura pensé en Quasimodo. ¡Menos mal que está Ángel para iluminarme!
Un abrazo y suerte.
Muchas gracias, Rosalía. También me vale!!
Una recreación de un personaje clásico te sirve para penetrar en su alma y hacernos llegar su sufrimiento. Una buena apuesta para un tema como la nostalgia, la peor de todas la de lo no vivido. Un saludo y suerte, Susana.
Muchas gracias, Antonio!
Hola, Susana: Leyendo tu relato me ha venido a la memoria unas líneas de una canción de a Sabina (No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió…) y eso creo que le pasa a Segismundo , que tiene sus sueños recluidos y esa constancia de su realidad le provoca una frustración constante y rabiosa , emociones que tú has sabido transmitir muy bien. Mucha suerte con esta estupenda propuesta. 😘
Muchas gracias, Maria José. Sí, es verdad, también recordé la canción de Sabina! Al final, las influencias y «lo que comemos» está por todas partes, claro. Nos rodea, nos acompaña. Un abrazo enorme!