69. El tiempo es vida
Peinaba ya algunas canas cuando un duendecillo me otorgó el don de la escucha. Mi primera consulta vino por un bebé aquejado de latido repetitivo. Nada más auscultarlo supe que su corazón recuperaría el compás perdido si dormía junto a un metrónomo y lo alimentaban con biberones de pentagramas. Sus padres, agradecidos, aceptaron encantados la factura por el servicio prestado: dos minutos al contado, los que me donarían de su propia vida cada uno de ellos. La noticia corrió como la pólvora y acudieron por miles con patologías desconocidas: sumiller de la nada, mirada zigzagueante o cumulonimbofilia anticiclónica. Minuto a minuto, fui rejuveneciendo hasta volver a la más tierna infancia y acabar de nuevo en la tripa de mi madre. ¡Eso sí que era vida! Echaba tanto de menos flotar mecido en ese suave vaivén y escuchar el pum, pum, pum de su corazón que nunca más quise salir, pero no por ello dejé de socorrer a quien lo necesitase.
Mi madre jamás envejeció y con el tiempo sobrante creamos una caja de ahorros, haciendo feliz a mucha gente al poder permanecer junto a sus seres queridos, aunque solo fueran unos minutitos más.
Hola Javier:
Me ha gustado tu relato. Ese biberón se pentagramas es fascinante. Y también la cumulonimbofilia. Tú protagonista ha conseguido ayudar a todos, se ha llevado un premio importante, y con los beneficios ha conseguido otro negocio solidario más.
Enhorabuena y un abrazo, Javier!
Qué mundo tan original has creado, desde esas enfermedades desconocidas de nombre imaginativo, a las terapias aplicadas y sus efectos benéficos.
Un relato que corrobora que el tiempo es oro, aunque también enriquece el dicho popular diciendo que es vida, oro y vida como términos paralelos
Un abrazo y suerte, Javier
Fantástico en todo sentido, Javier. Insolitus.
Abrazo
Javier, vaya fantasía de relato has creado: original, con imágenes muy potentes y con una prosa muy cuidada. Además de la imaginación, se nota el trabajo que hay detrás.
Un abrazo y suerte.