86. Llueve junto al mar
Llueve, detrás de los cristales llueve y llueve. Corre los visillos de la ventana y piensa que le gustaría que la lluvia fuese real y no estuviera encerrada en los versos de una canción. La lluvia siempre es bonita junto al mar. Se gira con lentitud y disfruta de los pasos que la llevan hasta el equipo de música y, cuando está a punto de apagarlo, mira la foto que está encima del aparador. Entonces espera un instante a que termine la canción. Se acerca hasta el mueble atraída por la fotografía, en la que los dos están alegres, con una sonrisa luminosa. Siempre le gustó el marco, tan suave, tan sugerente, y se queda mirándola, en una pausa infinita. Llueve. Detrás de los cristales llueve y llueve, sobre los chopos medio deshojados… La canción termina y ella vuelve de su ensimismamiento. Coloca la foto boca abajo, apaga el equipo de música y se prepara para salir a dar un largo paseo por la playa. Lo que todavía no ha decidido es si se llevará la foto para llorar abrazada a ella junto al mar.
Hay canciones redondas y cercanas, tan a medida, que parece que alguien ha escrito para nosotros. Con muchas de las de Serrat sucede este fenómeno, «Balada de otoño» es una de ellas. Algo se remueve por dentro con el estímulo adecuado, en este caso musical. Salen a la superficie sentimientos profundos, instantes de dicha. El problema es cuando también van acompañados de una pérdida, de la constancia de que ya nunca pueda suceder, de que todo haya quedado anclado en el tiempo, con un pasado que ha dejado al presente cojo y al futuro sin herramientas para que la ilusión de la magia compartida continúe.
Un abrazo y suerte, Manuel
Qué tendrá la música que nos trae tantos recuerdos…
Un micro triste a la vez que poético.
Un abrazo y suerte.