25. Instinto
Los médicos tuvieron que rasgar la extraña película que lo contenía; era como una especie de huevo.
Mientras me revolvía entre los estertores del dolor, no pude evitar fijarme en las expresiones perplejas del equipo técnico que me atendía. Entonces miré a la criatura. Su cabeza, anormalmente grande, contrastaba con el retorcido cuerpecillo. Del centro del torso sobresalía una extremidad nueva, amorfa, inacabada… Los pies se remataban en una especie de garras con largas uñas negras. En la desproporcionada cabeza un único ojo cerrado, envuelto en legañas, rezumaba un líquido viscoso sanguinolento. Su boca era una cicatriz palpitante que no invocaba besos, tan sólo planteaba interrogantes. Además, de su trasero, surgía una incipiente cola escamada que culminaba en un aguijón afilado.
Temblé y vomité todo el nerviosismo acumulado. Quería sostenerlo, pero no tenía fuerzas. Alguien tomó la decisión por mí y, de repente, lo tenía encima. El tacto era viscoso, resbaladizo. No había un solo pelo en aquel amasijo de carne.
Sentí frío.
Pero aquel ser logró abrir ese único ojo que se clavó en los míos con la fuerza de un disparo certero. Y de manera instantánea comprendí el sentido de las cosas, de la belleza, del amor.
Una madre lo es siempre, seguramente no podrá evitarlo, por el «instinto» al que alude el título, pero casi seguro también que su elección es cuidar de la criatura por algo más que por mandato de sus genes, de la sabia naturaleza que dicta preservar la especie, pero también por la última palabra de tu relato. Todo ello con independencia de cóno sea ese ser desvalido, algo que pasa a segundo plano, incluso aunque pueda tratarse de algo fuera de lo común, como es el caso.
Un abrazo y suerte, Susana, con esta historia de vínculos a prueba de bomba.
Susana, esa madre ha parido una criatura horripilante, pero ya se sabe: «a nadie le huelen mal sus peos, ni sus hijos le parecen feos». Eso es amor de madre de verdad. Y tu micro, muy visual e inquietante. Enhorabuena.
Un abrazo y suerte.