26. La calma y la noche.
Nos conocimos en la universidad, donde sobresalía tanto en lo bueno como en lo malo.
Una mañana, en clase de mecánica, la profesora, sufriendo su actitud crítica ante la explicación del teorema de Mohr, le dijo que si prefería dar la clase. Ella no dudó en aceptar el reto, y su desempeño dejó claro que jugaba en otro nivel.
Sin saber muy bien como, nos hicimos amigos, aunque años después me confesó que se fijó en mí porque no necesitaba un novio, sino alguien que le aportase la calma necesaria en determinados momentos.
Se graduó con el mejor expediente del país, y luego completó un máster mientras me ayudaba a terminar la carrera. Su trabajo nos llevó por todos los rincones del mundo. Las empresas se la disputaban, pero a ella solo le importaban los proyectos que incluyeran algún desafío a su altura.
Con el tiempo, su ansiedad intelectual pareció remitir, y empezamos a pasar más tiempo juntos, visitando museos, cenando en restaurantes o simplemente paseando. En uno de esos paseos me confesó, con voz temblorosa, que solo le faltaba una cosa por aprender.
Esa noche fue la primera vez que hicimos el amor, y también se graduó cum laude.
En una cabeza tan equilibrada como la de tu protagonista, había también un resquicio de caos, una zona incompleta, que solo se llenó en el momento oportuno, o más bien, cuando ella quiso, porque sus prioridades eran otras. El acompañante terminó aportándole calma, como ella siempre dijo, pero en todos los sentidos.
Un saludo y suerte, Alfonso
Alfonso, has creado un personaje inteligente e inquieto, perfeccionista y algo hiperactivo. Me alegro que, con el tiempo, haya encontrado la calma, y también el amor.
Un abrazo y suerte
Rosalía, Angel, gracias por vuestros puntuales comentarios, que nunca faltan en cada relato.
Un saludo a los dos y suerte a todos los participantes.