40. Sobre los camarones que se duermen (Relato fuera de concurso)
Don Lucio, el pez más viejo del río, hace mucho que huye de las turbulencias y busca las aguas tranquilas y el cobijo de aneas y juncos, lugares donde descansar el cuerpo y serenar el espíritu, como en los que se refugiaba siendo un diminuto alevín, aunque con la intención ahora, más que de observar las cosas pasar, de verlas venir. Por las mañanas imparte la asignatura de Corrientes a los camarones. Les enseña a esquivar peligrosos torbellinos y aprovechar la inercia de los vórtices, a buscar remansos y evitar torrentes, además de a sobrevivir en un medio tan cambiante y hostil. Al terminar las clases, tiene la deferencia de ponerles algas y gusarapos para que desayunen. Las tardes las aprovecha para comer él. «Lo cortés no quita lo valiente», conviene su razón con su instinto mientras aguarda apostado en el sitio idóneo. Le basta con sacar la cabeza del escondrijo y adentrarla en la vorágine del agua que desciende. La confusión impetuosa de millares de partículas golpeando en su rostro le hace sentirse más joven y fuerte, al tiempo que caza a dentelladas, entre la hermosura de un desorden precipitado y lleno de alimento, a sus alumnos menos aventajados.
Què grande, Enrique. Me has cambiado el humor en esta tarde tan desapacible por la lluvia
Muchas gracias, Pepe. Me alegra lo que me dices, y la lluvia también me alegraría, si no fuera por el modo en que está cayendo. Un abrazo.
Este Lucio, además de viejo, es un pillo. ¡Pobres de sus alumnos!, pero la vida es así…
Un abrazo y suerte.
Eso es, Rosalía; la vida es así, y digamos que el personaje hace uso de su pillería sólo por supervivencia. Un abrazo y muchas gracias.