37. Liberación (Alberto BF)
Por fin llegó el día de la despedida, aunque tú, cariño, no lo sabías.
Acudiste puntual, con tu ramo de margaritas de las reconciliaciones. Yo, por primera vez, llegué a mi hora, maquillada con esmero para disimular las oscuras marcas de tu amor.
Caminamos hacia nuestro rincón secreto. Mientras escuchaba con poca atención cómo me pedías perdón por enésima vez en los últimos años, mi mano jugaba en el bolsillo con la bonita cadena que me regalaste en nuestro aniversario.
Fue un detalle que te colocaras delante de mí; así facilitaste que tu regalo rodeara por completo ese cuello varonil que tanto me gustaba. Entonces comenzó mi ansiada liberación:
Qué impactante el quejido de un hombre que implora clemencia mientras se ahoga.
Qué hipnótico el brillo de la plata al asfixiar implacable una garganta impróvida.
Qué pacífico el descanso inerte de un cuerpo que convulsionaba agitado segundos antes.
Pero, por encima de todo, qué apropiadas son las margaritas cuando te despides para siempre del amor de tu vida.
Qué impactante y qué hipnótico tu relato. Pero no puedo decir qué pacífico. Mueve, desasosiega.
Podría pensarse que está mujer es una asesina fría y despiadada, si no fuera por esos detalles entrevistos que sugieren que el auténtico monstruo es él. Así pues, justa venganza.
Muy bien narrado con esa cadencia y esa estructura repetitiva, y fabuloso el párrafo final.
Un abrazote, Alberto.
Muchas gracias por tu valoración, Ana María.
Aún me hace más ilusión cuando la leo minutos después de haberte escuchado en otra nueva final radiofónica, ¡enhorabuena!
Te envío otro abrazote de vuelta, y mi agradecimiento por pasarte por aquí a presenciar un asesinato «liberatorio».
Muchas gracias por tu comentario, Edita.
Me alegra saber que ha movido algo, pretendía no dejar indiferente.
Un abrazo, y gracias por pasarte por aquí.
La frase «tolerancia cero» no es gratuita. Hay pocas disculpas que aceptar por parte de quien maltrata a quien supuestamente ama, con reincidencia, además. Es comprensible la desesperación de una mujer atrapada en un bucle de violencia física y psicológica. No somos quiénes para juzgarla, para sopesar si su liberación y la forma de llegar a ella fueron lo más adecuado, como tampoco, sus sentimientos en esos mometos.
Un relato duro, como duro hubiera sido también el resultado contrario, al que puede que estuviera abocada.
Un abrazo y suerte, Alberto
Efectivamente, Ángel, se trata de un relato duro. Dura la situación de la protagonista, y dura la visceralidad con la que se alcanza el fatal desenlace.
Muchas gracias por pasarte a comentar, aportando como siempre tu acertada reflexión.
Un abrazo, y suerte para ti también.
La cadena tenia que ser poderosa para conseguir ahogarlo, ¿o la poderosa era ella?
Buena apreciación, Rosa.
Pues eso ya queda abierto a la imaginación, las dos opciones son posibles. O ambas a la vez, por qué no…
Muchas gracias por asomarte a comentar, y un abrazo.
En efecto, Alberto, a veces hay que hacer cosas desagradables para liberarnos de lo que nos tortura. El relato está muy bien construido, con su toque de suspense que nos hace esperar el desenlace final.
Un abrazo y suerte.
Muchas gracias por tu comentario, Rosalía. Espero que tengamos que hacer el menor número de cosas desagradables posible, y que no haya nada que nos torture.
¡Un abrazo, y suerte para ti tambien!