LOS RELATOS DE «UNA ESCUELA DE 100 AÑOS»
Acabamos de cerrar la recepción de los relatos
de nuestro concurso “Una escuela de 100 años”
Hemos logrado reunir un bonito número de 48 relatos que terminarán siendo compartidos con los vecinos de San Vicente del Monte para las fechas del DÍA DEL LIBRO.
Gracias por seguir esta propuesta.
Y vamos a reunir todos los relatos aquí mismo para someterlos a una abierta votación popular que nos permitirá seleccionar a 2 de ellos como integrantes de nuestro recopilatorio de 2025.
La votación, exclusivamente para usuarios de nuestro blog, se realizará mediante un formulario en el que encontraréis el listado de todos ellos.
Tendremos que votar a 5 de estos relatos.
Las votaciones que tengan más o menos de 5 votos serán anuladas.
Os dejamos el enlace al “votón” después de presentaros los relatos participantes, que son los siguientes:
01 LAS MIL FORMAS DEL AMOR, de Gacela leonada
Manuel se despelleja bajo la ducha, cada mañana, como una penitencia. De niño, la pesada de su madre insistía en que al colegio había que ir aseado y le frotaba con ahínco. Por eso, siempre estaba enfurruñado, incluso cuando retrataron a toda la clase a las puertas de la escuela. La triste mañana en que expusieron la fotografía en el salón de actos, se enfadó con su ella porque le propinó una colleja por haber posado tan serio. Disgustado, corrió al bosque y no volvió hasta que fue demasiado tarde. No pudo decirle cuánto la quería entonces, por eso ahora, tanto tiempo después, todavía añora que esas manos firmes le restrieguen detrás de las orejas.
02. DÍA DE ESCUELAS, de Sita
He regresado al paisaje en el que habitaron mis abuelos cuando aún no eran mis abuelos.
Organizados por un fotógrafo que vino de la capital, allí están todos, delante de las escuelas del pueblo. Unos críos aún. Él, con cara de pillo, pensando en el nuevo jato. Ella, peinada de domingo y vestida de blanco. Nerviosa, como una novia.
Creo que nunca les dieron copia de la foto.
Se conserva otra más importante. La de su boda. Ella esta vez vestida de negro, por las ausencias que obligaban largos lutos.
Entonces empezaba el futuro. Y en algún momento, llegarían mis padres. Y yo también. A pisar estas escuelas en las que ya no se dan clases. Pero sí muchas lecciones.
03. PREPARADO, de Duelos y Quebrantos
No quería ir a la escuela. Las historias que relataba mi hermano mayor me provocaban un miedo tal que debía hacer un esfuerzo enorme para no orinarme encima. A Vicentín, por no saberse la lección, el maestro le estuvo arreando con la regla de madera en las manos hasta hacerlas sangrar, me contaba durante el desayuno. Madre, por su parte, trataba de tranquilizarme, explicando que si el chico andaba con los dedos vendados era para evitarle esa mala costumbre de comerse las uñas. Sin saber bien a que atenerme, cada noche, a la hora del rezo, me descubría recitándoles a los cuatro angelitos de mi cama, la complicada tabla del siete.
04. EL FOTÓGRAFO, de Grizzly
Cuando tenía el encuadre perfecto —la luz, el maestro que ya se había fumado el puro, los niños quietos— un gato callejero que huía despavorido se llevó por delante el trípode y la cámara cayó al suelo. Y de nuevo el jolgorio y los escolares armando jaleo. Porque si no eran unas gallinas que se cruzaban —risas—, era un vecino que, despistado, pasaba por en medio —más risas—, o una anciana encorvada que no pensaba dar un rodeo —aplausos a doña Brígida—. O un estornudo, un empujón, un bostezo.
De pronto, se quedaron todos inmóviles y disparó. «¡Hechooo!», gritó, pero ni se menearon, atentos al intruso que, erguido sobre sus patas traseras, iba acercándose sigilosamente a él.
05. SEMBRAR VOCACIONES, de Ana Pesto
En el pueblo andan preocupados. El nuevo maestro, Don Emeterio, no genera muchas simpatías. Su insistencia en que todos vayamos a la escuela, incluidas las niñas, no termina de gustar. Dicen que para cuidar vacas, arar la tierra y criar niños, como han hecho toda la vida, no se necesita saber leer o escribir. El párroco también se queja. Predica en sus sermones que nos mete ideas raras y pensamientos endemoniados que nos apartan del camino de la virtud. No entiendo qué significa, pero lo que sé es que a nosotros nos encanta. Será que soy pequeña, pero no veo ningún daño por despertar nuestra curiosidad por todo. A pesar de lo que digan, yo de mayor quiero ser fotógrafa.
06. PARECE CUENTO, de Vaca Tudanca
El maestro vivía en la escuela, una casa montañesa vieja que los vecinos habían arreglado. Un día la encontramos cerrada. Aunque era extraño, no dijimos nada para hartarnos de jugar. A la mañana siguiente, confesamos. Unos padres forzaron la puerta. Estaba muerto. Algunos niños queríamos entrar, pero nos echaron de allí. Llevamos varios meses sin clase. Ayer, por fin, llegó una substituta. La trajeron desde el apeadero del tren en un carro de vacas. Tiene miedo porque es bastante joven. Mi madre le ofreció comida y una habitación, hasta que se atreva a vivir sola. Pegué la oreja al tabique y me pareció oírla llorar. He dormido poco, por los nervios. Creo que esta maestra nueva nos castigará menos.
07. HISTORIA DE UNA FOTO, de Eutiquio Guimaraes
Tuvieron que quitarla. Por entonces no había para fotos y el director decidió encargarla de su bolsillo a un fotógrafo ambulante. La colocación de niños y maestros fue tan laboriosa como el intento infructuoso de aliviar esas caras tan serias por la prolongada exposición de la película.
Al cabo de un mes, la foto estaba enmarcada y se colgó en la entrada de la escuela. Los padres no se acercaban a verla y las madres, más decididas, terminaban por bajar la cabeza sollozando.
Quien más y quien menos había perdido a alguien de su prole. El invierno, las fiebres mal curadas, el río traicionero… se habían llevado a los ausentes, y se hacían más visibles que los que nos quedamos.
08 LA BUENA JUANITA, de Ulises Lima
Doña Elodia hace punto junto a la estufa mientras niños y niñas se agolpan en los pupitres de la escuela. Aún hace frío, pero pronto empezarán a faltar los que ayudan en casa. Ahora leen en alto el libro de urbanidad, hoy toca el de niñas. “A ver, Humbelina, lea”. La mentada Humbelina da un respingo, pues estaba jugando a los ceros con la Balbi, pero empieza: “Juanita es una niña muy obediente. Hace en casa las tareas y es muy estudiosa…”. Ahí se para. “Siga”. No hay manera. Solo sabe eso, de oírlo. “¿Qué letra es esta?”. Nada, ni la “a”, y es su último año de escuela. “Tenga un silabario, lo estudia este verano mientras cuida las vacas”.
09. EL PROFESOR, de Chloe
Cada noche, antes de cerrar la escuela, cogía la foto, recorría con el dedo los rostros serios que desde ella me miraban y me decía que solo yo podría evitar que se convirtiesen en las personas tristes que ya veía en algunos de ellos, que solo yo podría salvarles. Me fue imposible hacerlo con aquellos que tuvieron que ponerse a trabajar para esquivar el hambre; pero los demás aprendieron a leer y escribir, supieron por mí qué era un cuento y hasta me regalaron un instante de infancia en sus miradas; pero mi éxito, mi verdadero éxito sería, nunca lo habría adivinado, ser el primero de todos los que como yo lucharon porque aquel espacio cumpliese cien años.
10 MI ABUELO, de Crisantemo
Toma Yayo, esta es de tu escuela, dije tendiéndole una de las instantáneas de mi última visita al pueblo. Él la cogió con manos temblorosas y la acercó hacia sus ojos. Ante las viejas paredes comenzó a aparecer el grupo que había vencido al tiempo y al olvido. Mira, aquí estoy con Ramón, el que marchó a las Américas y con Toñín, que murió joven de pulmonía. Ahí escondida está tu abuela siempre tan vergonzosa, señaló antes de besar una esquina en la que solo había flores silvestres. Una agitación de su cuerpo hizo caer la fotografía. Tras recogerla, vi una sonrisa en su rostro en calma. Tenía los ojos cerrados, como si estuviera dormido.
11. «…adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor, punto y seguido…», de Pedro Alonso
El maestro comprueba con asombro que Nonito, uno de los pequeñines, está escribiendo el dictado que hace para los mayores. «Hijo —le dice—, ¿quién te ha enseñado a escribir?». «Mi hermano Miguel», responde él muy serio. Don Alberto mira al único en la clase con ese nombre, y se estremece. Miguel Jiménez, su mejor alumno, se perdió el curso anterior por una grave caída desde lo alto de un nogal, aunque al parecer ha aprovechado el tiempo. Don Alberto devuelve a Nonito la libreta, su única pertenencia allí salvo un lápiz afilado a cuchillo, y antes de seguir dictando le dice: «Dime, Jiménez; ¿y sabes qué significa adarga?» El niño mueve la cabeza mientras responde: «Ni eso ni rocín, señor.»
12 REENCUENTROS, de Demiurg@
Estaban casi todos y quisieron colocarse como en la foto de la escuela. Los mismos gestos duros, el mismo pueblo. La vida les había dispersado y la guerra les había vuelto a reunir. Es lo que tienen las guerras, anécdotas y encuentros inesperados.
En este caso se repitió la estampa de antaño. Todos los mozos juntos, pero esta vez no fue a la puerta de la escuela. Ocurrió delante de un paredón y los disparos no fueron de una cámara.
13. SUPLICIO, de Lolo
Los días que la lluvia y el frío impiden recoger la hierba, a don Cinto se le acumulan los niños en la escuela. Aparta los pupitres y los reparte por el suelo alrededor de la estufa.
—¿Otra vez descalzo, Manuel? ¿Qué has hecho con los zapatos que te dí?
El niño se limita a elevar los hombros como respuesta.
Don Cinto saca del armario unos calcetines de calceta para entregárselos.
—Busca los zapatos. Si vuelves descalzo no te dejo entrar.
Mientras los compañeros corean la tabla del 8, Manuel idea excusas para no volver a la escuela jamás, para evitar el castigo de las magulladuras de los zapatos y el picor insoportable de la lana en los tobillos.
14. EL MAESTRO ME TENÍA MANÍA, de El Nieto de Apulecio
Don Servando, el maestro, avisó de que el viernes vendría un fotógrafo de la capital para hacerles una foto todos juntos. Deberían asistir bien aseados.
Mi abuelo, de nombre Apulecio, recorría a diario los seis kilómetros desde el caserío hasta la escuela en una bicicleta sin guardabarros por senderos de tierra y charcos.
El día señalado, el abuelo llegó con lamparones recientes en ropa y cuerpo. Para el momento de la instantánea, don Servando le mandó a clase a hacer caligrafía, como tantas otras veces.
Cien años después, la propuesta de escribir un relato inspirado en aquella foto, me indujo a narrar lo que, con rabia y pena, me había contado el abuelo; quien, por cierto, tenía muy buena letra.
15 DESEQUILIBRIO NATURAL, de Rantamplán
Cuentan los más ancianos que la noche que desaparecieron nuestras sonrisas se oyó aullar a los lobos en los invernales, y un temblor en el corazón de la montaña descolocó la vida. Al despertar, ninguno protestamos por ir a la escuela y en el recreo nos olvidamos de jugar. Nos hicimos mayores de repente, y al poco tiempo sabíamos más que Don Rufino y su vara, así que unos empezamos a modernizar el pueblo, la fuente y la bolera y otros se encargaron de preparar a los adultos para un futuro responsable.
Ese arrebato de madurez solo duró tres años, hasta que nuestros abuelos, hartos del sindiós, se atrincheraron en el Santuco exigiendo que recuperáramos la infancia y la inconsciencia.
16 LOS BUENOS PROFESORES SON ETERNOS, de Pata de Cabra
En el jardín de nuestro alojamiento nos ha brotado una escuela rural de los años veinte. Al principio pensamos que eso iría contra el negocio. Que no conseguiríamos huéspedes que quisieran convivir con los niños en blanco y negro que corretean gritando sin parar hasta que una antigua campana los llama a clase y desaparecen un rato. Pero, para nuestra sorpresa, se ha convertido en un reclamo turístico.
Para reservas tenemos lista de espera de diez años. Es posible que muchos de los chiquillos que hacen ahora las delicias de nuestros clientes, hayan crecido para entonces y dejen de acudir. Pero Don Roberto, que así llaman al profesor, tiene tanta bondad en la mirada, que sabemos, no se jubilará jamás.
17. FILOMENA, de don Gil de las Calzas Verdes
– ¡Tinín! ¿Dónde te has metido?
En medio del arroyo el rapazuelo se abalanza sobre una rana. ¡Zas! Por fin pilló a Filomena. Un zapato se engancha entre las piedras. Pronto se lo lleva la corriente.
– ¡Cuando madre vea que lo has perdido te va a moler el culo a palos!
Sin resuello llegan al patio de la escuela. Ya están todos preparados. En medio, delante, un hueco para Tinín. En la última fila para el hermano.
Sobre un trípode, la extraordinaria caja de madera que les hará eternos. Los niños miran serios el artilugio. Tinín, descalzo, coloca una mano celosa sobre el bolsillo habitado de su guardapolvos. El tiempo se detiene. Tan solo se escucha el croar del batracio.
18. AVATAR, de Barro
Y pensar que con ellos me lo debía pasar muy bien, a pesar de tener las caras muy serias. Debía de ser porque en aquellos tiempos no era muy común echarse fotos en grupo, y que el momento requería de mucha concentración y preparación por parte del fotógrafo, hasta que atinara con colocar correctamente el trípode de la cámara para lograr el enfoque perfecto y hacer el disparo. Ahora tengo en el móvil a alguno de ellos y no hay ninguno con cara triste, como Mari que todavía guarda la misma sonrisa que cuando nos mirábamos mientras jugábamos en los recreos.
19 INSTANTES DE POESÍA PARA NIÑOS DESCALZOS,de Rosa Rosae
Daniel decía que desde mi mirada se divisaba el mar. Que la oscuridad de mi pelo era un regalo de la brisa del valle y la lluvia de mayo, que algún día volaríamos juntos sobre el deslucido mapa de España que, ajeno a nuestros sueños, dormitaba en la pared… A mí me gustaba sentarme a su lado en la escuela, porque sus cuentos me distraían el hambre y el frío. Y aunque siempre estaba en las nubes y tosía mucho, cuando leía, su voz caldeaba el aire de aquella sala sombría y hasta el maestro, aletargado en su mesa, destensaba el gesto y lo miraba con orgullo. Y es que Daniel iba a ser poeta, pero el destino no quiso.
20. ZUZUNAGA, de Campo Pardeño
Me impresionó la seriedad de los niños de esa fotografía tomada hace cien años, en el patio de una escuela de un pueblo de montaña. Su retratista había firmado en la parte inferior con un apellido poco habitual, coincidente con el mío. Lleno de curiosidad, al investigar encontré un dato inesperado sobre él. También supe de una leyenda, que cuenta que los niños de esa población pierden su alegría cuando sienten que alguien va a morir pronto.
Hubiera preferido no conocer que tuve un bisabuelo fotógrafo que falleció muy joven, cien años atrás. Ahora no puedo olvidarlo, como tampoco a la niña que me miró con una tristeza impropia de su infancia al cruzarme con ella en ese pueblo.
21. LA VIDA ERA BELLA, de Guido
Mira, cielo, mira esta fotografía que acabo de encontrar. Es de cuando mi abuelo Manuel iba al cole. Es este de aquí. Sí, el abuelo que no aprendió a leer porque era disléxico. Entonces lo llamaban tonto, pero de tonto nada, que contaba las perras mejor que nadie. ¡Menudo era él! ¿La foto? La sacó el mismo maestro, que se llevó al pueblo una cámara de la capital. Seguro que este día es el único en el que estaban todos los críos, ¿sabes?, porque trabajaban muchísimo y algunos vivían a kilómetros de la escuela. ¿Que por qué no sonríe ninguno? Pues no sé, cariño. Supongo que no pensaban que eran felices, ni podían imaginar lo que les vendría después.
22. EL PRECIO DE UNA SONRISA, de Kati Horna
El maestro ha llegado con una pareja forastera y, después de plantar un armatoste junto a la escuela, los han colocado en filas frente a él.
La mujer insiste en que sonrían. Y aunque lo intentan, ese ojo redondo y oscuro les recuerda el pozo al que se cayó Juanín.
La mujer saca un puñado de caramelos del maletín de cuero. Son el dulce precio por sus sonrisas, que comienzan a aflorar en sus rostros de mirada hambrienta.
El chispazo les asusta, borrando de golpe su alegría fingida. Y, todavía inmóviles, extienden sus manos para recibir el premio.
Después, el coche negro abandona la pobreza húmeda, sin que sus ocupantes sepan que llevan consigo una foto de niños tristes.
23. RESCISIÓN DE CONTRATO, de Sanseacabó
Prudencia adoraba enseñar, llenar sus mentes de conocimientos para que se adentraran en la vida con criterio propio, por eso rubricó el contrato.
No casarse.
No andar en compañía de hombres.
Estar en su casa antes de las 8:00 p. m., exceptuando las funciones lectivas.
No abandonar el pueblo sin permiso.
No fumar.
No beber.
No viajar en coche con ningún hombre, excepto su hermano o su padre.
No vestir ropas de colores brillantes.
No teñirse el pelo.
No usar vestidos por encima de los tobillos.
Mantener limpia el aula.
No usar maquillaje, ni pintalabios.
Pero conoció a Toribio, y no sabía si la enamoró su cuerpo esculpido a golpe de azada, su sonrisa o la oquedad de su cerebro.
24. LA ESCUELA DE LA VIDA, de Jerónimo
El año 1950 discurría con la serenidad de los grandes ríos.
Me levantaba al amanecer, un frugal desayuno consistente en agua hervida con alguna yerba que generosamente nos regalaba la naturaleza y un mendrugo. Me acicalaba el pelo con jabón de sebo y salía con mis pies descalzos hacia la escuela.
Mucho más valiosos que los escasos conocimientos de ciencias, matemáticas e historia que doña Benita intentaba transmitirnos encontré allí: la fuerza para afrontar las dificultades, la sabiduría de lo esencial y el placer de descubrir lo nuevo, pilares esenciales de mi vida.
Ahora a mis 60 años, miro hacia atrás y solo brota de mi corazón un sentimiento y una palabra: GRACIAS
25. LA LETRA… , de Legado
Un equipo de arqueólogos excavó los escombros de una antigua escuela gracias a los fondos destinados a la Recuperación del Entorno Rural. Tras el derrumbe de muros y tejas apareció un estrato árido compuesto por sumas, restas, multiplicaciones y divisiones. Inmediatamente por debajo documentaron la lista de reyes godos además de varios Felipes, Carlos, Alfonsos, Isabeles, Fernandos y el descubrimiento de América. Luego se registró un sedimento fluvial donde hubo que cartografiar los principales ríos de España con sus afluentes. En el siguiente nivel había letras, sílabas, palabras y algunas frases del tipo «mi mamá me mima». Y ya, en el suelo de la escuela, desenterraron una flexible vara de avellano muy pulida por el uso. Y sangre. Mucha sangre.
26 LOS NIDOS, de La Monja Mudéjar
Ella querría estar en casa, con los olores de la cocina, y escuchar el canturreo de su madre al ritmo con el que la cuchara golpea las cazuelas. Verla bailotear entre fogones, despensa y leñera y, de vez en cuando, sentir un beso cálido en la coronilla. Pero todos se empeñan en que hoy vuelva al colegio, aunque ella no quiera. Pasar el día con esos niños tontos que corren y gritan. Sólo su única amiga está tan triste como ella porque se ha muerto la golondrina que anidaba en el alero. Las mayores canturrean, les hacen corro y se burlan porque la muerte ronda sus casas, a una bajo el tejado, a la otra en la cocina.
27 CON SANGRE ENTRA, de EMS
Tenía que matarlos, no podía dejar ni uno. Lo hice y disfruté muchísimo. Siento que he cumplido con mi deber.
¿Eran todos culpables? Sí. Bien es cierto que tan solo algunos llevaron la iniciativa, con esos fui implacable y cruel, me aseguré que sufrieran lo más posible.
Otros, aunque no participaron activamente, sí que les reían las gracias y aplaudían todas sus barbaridades. Los maté por tibios, pecado imperdonable cuando de sufrimiento se trata. Siempre miraron hacia otro lado y jamás mostraron el mínimo apoyo. ¿Los profesores? Los peores, trataron de ocultarlo, nunca me creyeron e incluso dieron la vuelta a la situación culpándome a mi de todo.
Tardé en culminar la obra, pero por fin, aquellos años fueron vengados.
28. TAN CERCA, TAN LEJOS, de Vicenta del Monte
Limpió el visor con la punta del pañuelo, pero allí seguía el grupito de jóvenes sirenas sacándole la lengua. Los más pequeños jugaban en la arena con peces de plata, sin prestar atención a los cangrejos que bailaban en diagonal hacia sus pies descalzos.
Si retiraba el ojo, el fotógrafo solo veía hileras de escolares que posaban serios y formales. Como piedrecitas que las olas y la brisa han acompañado hasta el borde de la playa. Y ¡pardiez! Era salitre el sabor que notaba en sus labios.
El maestro le despejó la incógnita cuando ya empezaba a dudar de sus sentidos. Aquella mañana ―le dijo― había estado explicando a los niños de San Vicente del Monte cómo era el mar.
29. LA TABLA DEL SIETE, de Ábaco
Ave María purísima! Ni siquiera el piadoso saludo conseguía moderar el rictus del maestro. Quizás por un empecinado empeño en hacer honor a su nombre o simplemente por deformación profesional, Don Severo mantenía siempre su rostro adusto. Sobre todo con «Gonzalito», que ya sería Gonzalo de no ser por las prioridades de su casa que lo retrasaban.
Don Severo toleraba mal sus ausencias y se consumía cada vez que se trastabillaba en la tabla del siete. Ni a ritmo de palmeta conseguía encarrilarlo. El día que ardió la escuela, la cara de Don Severo era un poema. Al ver salir a Gonzalo ennegrecido y renqueante, se tornó dramática. No pudo reprimir una lágrima, cuando le entregó su palmeta chamuscada.
30. MULTITUD, de Escolapio
El pueblo se había ido despojando, casi sin darse cuenta, de saludos de buenos días, de risas infantiles, de historias antiguas que se contaban a la luz de la lumbre y de nuevas historias que llegaban adheridas a las maletas de los veraneantes, de palabras amables y airadas, de expresiones arcaicas, de almas. Aquella mañana, la maestra colocó a sus tres únicos alumnos a su alrededor, frente a la cámara del periodista venido de la capital.
El fotógrafo metió la cabeza bajo el paño oscuro, enfocó la lente, agitó una mano. “Júntense más, que no caben”. Y todos los que alguna vez habían pasado por aquella escuela se apretujaron para dejar su impronta en la cartulina sepia.
31. CARROÑEROS, de Pepe Rodríguez
“Todavía sueño con el buitre”, me dice el abuelo en su ciento seis cumpleaños. “¿Qué buitre, nono?”. “El de la foto. Mira. Aquel día también planeaba sobre nosotros”. Pero yo solo veo las caras asustadas de unos niños posando delante de la escuela. En la imagen sepia, él contempla extasiado a la abuela Encarna, como hizo siempre. Mil veces me ha contado las historias de sus compañeros: Ramón cayó en el treinta y siete; A Paco lo cazaron en el monte poco después y Emeterio, que fue novio de la abuela, dicen que emigró a Argentina. “Esa carroña destrozó el corazón de tu nona al marcharse. Aunque —confiesa con atrevimiento— el buitre y yo sabíamos que nunca abandonó la tierruca”.
32. MIRADAS, de Sobeydis
Sin tiempo de sacar sus meriendas, los obligaron a salir al patio. Ese día no habría recreo. Un señor apoyado en una extraña máquina de la que sobresalía un ojo de cristal les ordenó que se pusieran delante de la escuela y sonriesen. No supieron qué hacer entonces. Llegaban muchas cosas a San Vicente del Monte, pero las sonrisas, todavía no. Nadie cambió su rostro. El fotógrafo se dio por vencido e inmortalizó aquellos cuerpos de niños con caras de adultos. Siguen allí cien años después muy serios, quietos, hambrientos, observando a los que los miran desde la otra parte del retrato, a la espera de que alguien les dé permiso para volver a clase y puedan coger sus meriendas.
33 VISIÓN DE FUTURO, de Ana Palma
El señor director de la escuela ordena que nadie se mueva hasta que el fotógrafo les dé permiso. Los más pequeños, sentados sobre el suelo encharcado, lloriquean temblando de frío. Los mayores aguantan la risa cuando a alguno le rugen las tripas de hambre al pensar en la olla de cocido que le espera en casa.
Damián coge con decisión la mano de Merceditas. Nunca antes se había atrevido ni siquiera a mirarle a los ojos de huérfana triste, pero se arma de valor y le susurra que sonría un poco. Intuye que, en realidad, están posando para su nieto, que cien años después colgará con orgullo esa fotografía en el edificio de la junta vecinal del pueblo.
34 RETRATO EN SEPIA, de Misery
En el retrato sepia del Real Colegio de Nuestra Señora del Monte, Julián aún respira. Vástago del conserje, se coló el día de la foto entre hijos de reyes, con la cara manchada de carbón. Murió de difteria, pero su alma quedó atrapada entre terciopelos y mármol frío. Cada noche sale del retrato con su mocho fantasmal, recorre pasillos que solo pudo limpiar, se sienta en aulas vacías, abre libros sin letras y llora tiza sobre los pupitres. En el claustro, donde no podía pisar, deja huellas de hollín. Dicen que el colegio brilla al amanecer, pero no es la limpieza: es su pena la que aún pule, en silencio, los suelos que ni en vida, devolvieron su reflejo.
35 RUTINA QUEBRADA, de Argoma
Aquella tarde fue distinta, no porque Marisa se enfadara al perder la caja de cromos o porque Don Aurelio llegara con el brazo vendado. Fue diferente porque la Señorita Dolores interrumpió la clase de matemáticas para decirnos que saliésemos en orden al jardín donde nos esperaban unos señores venidos de la ciudad. Agrupados sobre el césped con la escuela de fondo, nos dijeron que sonriéramos, aunque los rostros reflejaron el asombro por ver la cámara fotográfica que portaban. La escuela había sido seleccionada para un reportaje en el semanal provincial.
Aquella tarde fue distinta, no sólo por participar en la fotografía, sino porque Alfonso de camino a casa, me cogió la mano y me besó suavemente en los labios.
36 EL NIÑO BORROSO, de Plinio el Mediano
Me llamo Arturo Piedrahita y soy el quinto niño de la fila inferior empezando por la derecha. El borroso. Claro que entonces era Arturito. No es que saliera movido en la foto, es que yo ya nací así: borroso. Fui objeto de las burlas de mis compañeros de escuela, pero como aún no existía el bullying, me tenía que aguantar y punto.
Las cosas no mejoraron con los años: los vecinos seguían mirándome raro, el dueño del bar me impedía entrar porque le espantaba la clientela y sólo me apreciaba el de la óptica, por motivos obvios.
Me siento al sol con ellos y disfruto secretamente de mi vejez, ahora que las cataratas, por fin, nos han igualado a todos.
37 EL LAZO, de Memedó
Hoy su madre le ha puesto un lazo.
—Aunque ahora nos toque vivir aquí, sigues siendo una chica de ciudad y de muy buena familia.
Al entrar en clase sus nuevas compañeras la miran con recelo. Doña Roberta, la maestra, mujer regordeta y risueña, le indica donde sentarse.
—Hoy, inspección de pelo. Todas en fila— ordena.
Esto no puede ir conmigo, piensa la nueva.
—Usted también señorita, los lazos son excelentes refugios para piojos.
La niña de muy buena familia no se mueve, pero doña Roberta ya la está cogiendo del brazo para arrimársela al pecho. Con la cabeza metida entre la generosa delantera —con ligero olor acre a sudor— de la maestra, se siente morir un poco.
38 OLVIDOS, de Mafalda
Treinta años después no quedaba ninguno en el pueblo. Cuando entraba a la escuela, Eulalia observaba la foto de sus compañeros, intentaba recordar los nombres, pero era incapaz.
A algunos profesores ya los veía en el camposanto. Los pocos que vivían no tardarían mucho en acompañarlos bajo la tierra caliza y las hierbas que crecían entre las piedras.
Los primeros años venían a visitar a sus padres, se detenían un momento ante la lápida blanca y recogían margaritas para hacer un ramillete y dejarlo con las manos temblorosas en un tarro de cristal. Ahora la tumba está escondida y han olvidado que Eulalia, a los diez años, cayó al pozo y cuando la sacaron no reconocieron su rostro.
39 JUEGOS MANUALES, de Luciérnaga
Yo no salgo en la foto. Juanín, que me había quitado la mejor de mis canicas, se puso ufano a mi lado. De pronto, sentí algo frío en el cuello. Me volví bruscamente hacia Juanín y vi que no era su mano la que me tocaba sino la de Marta, una niña que nos gustaba a ambos. Ella había rescatado hábilmente la canica del bolsillo de Juanín y quería devolvérmela, pero acabó en el suelo. Yo, intentando recuperarla, alboroté al grupo. Don Mariano con un grito severo nos llamó al orden. Por eso salen todos tan serios. Todos menos yo, que todavía agachado sonreía doblemente satisfecho: tenía la canica de nuevo y, sobre todo, a Marta de mi parte.
40 EL HUECO, de Daniela
La foto, tan decolorada como su memoria, muestra a todos los compañeros que dejó en la aldea, hace tanto que tendría que hurgar con ahínco entre los estantes del tiempo para situarlos en el calendario sin ningún resquicio para la duda. Va poniéndoles nombre: Miguelito el tartaja, Blanca la de Julita, Pablo el del molinero…. Se detiene en una figura que está justo detrás de él y es una copia de sí mismo. Recuerda la conversación entre sus padres, el hijo que no debió morir, el que sienten tan vivo como el que sí tienen, y al buscarlo de nuevo en el retrato encuentra de pronto el hueco vacío, tanto, como ese lugar que nunca logró llenar en su interior.
41 TRIBULACIONES DE UN FOTÓGRAFO, de Cujá
Salí de madrugada con la mula hacia San Vicente del Monte. Era mi primera foto escolar, y llegué puntual.
Coloqué la cámara en el lugar convenido, pero nadie estaba en su sitio. Los maestros discutían acalorados ignorando que unos niños se peleaban rebozándose en el barro. Tres jovencitas, con los labios pintados, eran reprendidas por la maestra. A mi lado una pequeñuela me pidió que la siguiera hasta el cuarto oscuro para hablar con aquellas niñas asustadas. Decían que mi retrato les iba a robar el alma.
Desconcertado llamé la atención de los adultos. No fue fácil reunirlos, hasta que un maestro sacó la palmeta. Mano santa, como por encanto, todos seriecitos, posaron delante de la cámara.
42 EFECTOS SECUNDARIOS, de Mar y Sol
Tiene la espalda encorvada y las manos callosas y ásperas, no tanto por la edad como por el abuso que hizo de ellas. Al ser el mayor y el único varón, su padre se lo llevaba a trabajar la tierra. De sus hermanas se encargaba su madre. Hoy, al verlas a las tres juntitas en esa antigua fotografía, se le humedecen los ojos. Pero también porque él no sale. Nunca fue al colegio.
Recuerda a la mayor cuando estudiaba corte y confección; la mediana, magisterio; la pequeña, peluquería. Y a su padre sacando pecho al nombrarlas en el bar. Pero si alguien preguntaba por él, siempre contestaba lo mismo: No, el chico me salió tarugo, ni escribir ni leer sabe.
43 FOTO FIJA, de Perro León
Como mugen las vacas al oler el pasto, así mugían nuestras tripas antes de la foto. Aquel día nos prometían un mendrugo de pan de anís y dos onzas de chocolate. Nos vestíamos con la mejor ropa de cada casa y, si no, con los babis de tafetán añejo que desechaban en la inclusa de Torrelavega. Cuando se disipaba la niebla, formábamos detrás de la escuela. Bertu y Urorita siempre salían movidos de puro inquietos y el traje negro de don Sindo brillaba como el plumaje de un cuervo. Arriba, a la izquierda, se adivinaba siempre la sombra de don Damián, el cura, que desapareció de repente después de embarazar a la madre de Vitorito.
44. EL VALOR DE UN INSTANTE, de Molinero
Partí de Caviedes una mañana nublada. La nieve se amontonaba en el camino, y las mulas que arrastraban el viejo carro del tío Aurelio a duras penas podían abrirse paso hacia nuestro destino: la escuela rural de San Vicente del Monte. Al fin iba a ser maestra, y esto para mí suponía un antes y un después, no solo en lo profesional. La carta en que me comunicaron mi incorporación indicaba que, antes de comenzar el curso, nos retratarían con los mozalbetes del pueblo, mi futuro alumnado. ¡Qué ilusión me hizo! Con el tiempo, esa fotografía pasó a ser mi bien más preciado, y lo único que me acompañó, una década después, a la cuneta en la que me enterraron.
45 VOLVER, de Pietro Crespi
En la escuela preferían estar juntos a la peonza o la rayuela.Tras un breve noviazgo le pidió matrimonio junto a la pequeña palmera frente a la iglesia. Le prometió que volvería de una pieza antes de marchar al frente.
Lo que no separó la guerra lo hizo la tuberculosis. Volvió a buscarla, pero solo encontró su nombre escrito en mármol.
Tuvo que irse, tenía demasiada muerte en las pupilas.
Cincuenta años después todo era distinto, solo la escuela seguía imperturbable. Acarició la palmera que ahora miraba al pueblo desde arriba. Entonces entendió que el amor es el salvavidas al que nos aferramos después de un naufragio, y supo que había alcanzado la orilla, donde el recuerdo ya no duele.
46 LA MAGIA DE LO NUEVO, de Luna Arcana
Me gustaba hablar con mi bisabuela. Me contaba sus “primeras veces”: como esa foto en la escuela con aquel artilugio extraño, cuando vio salir agua con solo dar vueltas a una rosca, cuando su hija empezó a cocinar sin leña, o cuando vio el mar. La caja de la que salían imágenes, música y gente hablando no le gustaba “cosas de brujas”, decía.
“¡Ay zagal! La primera vez es siempre emocionante, mágica, aunque no siempre placentera y a veces llega un poco tarde -me explicaba guiñándome un ojo- qué me casé con 28 años”. Y se reía de forma pícara. “Pero he sido feliz jovenzuelo, lo malo… ya se me olvidó. Pronto me iré. Entonces también será mi primera vez”
47 CONSENTIDO SIN SENTIDO, de Rufino
Alfonsito era un repelente señorito de ciudad… mandaba más que los mayores que lo acompañaban. Pidió un hermanito a sus padres con insistencia, y le concedieron su deseo. Lo llevaron a la escuela de una aldea, donde también acudían los pequeños de orfanatos vecinos. Estuvo jugando con ellos. Se fijaba en aquellos especialmente torpes y lerdos pues perseguía un objetivo preciso: él sería el mejor hijo y su nuevo hermano haría lo que él le ordenara. Dudaba entre varios. Lo decidiría en casa y, con ese fin, los dispuso para una fotografía. El maestro replicó que muchos niños tenían familia, pero a Alfonsito le daba igual. Todos pusieron su peor cara. Nadie quería irse con ese señoritingo.
48 EL DESCUBRIMIENTO DEL MONAGUILLO, de Nieves del Rocío
Cuando el director dijo que el alcalde había comprado una máquina de fotos e iban a hacernos una, el alboroto fue enorme. Abandonamos las clases y salimos corriendo al patio sin parar de reír. Aunque las carreras y las sonrisas cesaron al descubrir que quien manejaba ese artefacto era el cura, que pidió que posáramos serios, como si estuviéramos en misa.
Todos pusieron cara de haba, pero yo solo pude taparme la boca con las manos para no soltar una carcajada. Y es que no podía apartar la vista de la mujer del alcalde, que se mordía los labios mientras miraba el gigantesco aparato y al cura, igual que hacía antes de entrar con él a escondidas en la sacristía.
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