78. Inspiración
El escritor novel se presentó esperanzado en el campo de Criptana. Con la fresca del día siguiente y las muchas cuartillas que llevaba en un zurrón, anduvo por la llanura mientras los ojos se le llenaban del lila alegre y las narinas de un aroma especiado. Las esbrinadoras bregaban con la flor; le susurraban un buenos días avaro para no perder tiempo en la recogida del azafrán. Una observó su enclenque figura y él se ruborizó con la mirada de aquella Dulcinea. Caminó algún tiempo sin rumbo hasta toparse con los gigantes. A la boca le vino un regusto a Quijote y a los oídos el parloteo tosco del panzudo Sancho. Sacó papel y una pluma de ganso que había adquirido para empezar la novela. Convocó a las musas, que no acertaban a llegar. En la espera, se quedó dormido. Despertó con el estrépito de un viento de vendaval. Las decenas de folios volaron en todas direcciones, pero se quedaron enredados en las aspas del molino bajo el que hizo la siesta. La pluma acabó en un lodazal. De algún rincón escondido del paisaje se vinieron a ráfagas miles de risotadas. Y él, maltrecho, se volvió a la capital.