80. LA COSECHA
La culpa es de la nueva maestra quien dice venir de un lugar de La Mancha que no nombra. Nada tienen que ver sus enseñanzas con las de Don Sancho, tan sensatas y realistas que no se salían de la caligrafía y la gramática de toda la vida. Esta maestra ha venido, según sus propias palabras, con ganas de sembrar para más tarde recoger. ¿Sembrar qué? ¿Sembrar dónde? Ni que los niños fuesen campos… Ya verán, ha dicho. Ustedes déjenme a mí. Y los padres, agotados por las larga jornadas en los campos, la dejan, más preocupados por si germinará lo sembrado en la tierra que por lo que ha de dar frutos en sus hijos.
De pronto, los niños, en lugar de celebrar la oportunidad de librarse de ir a la escuela para ayudar en casa, suplican para poder acudir. Pasados los meses se aprecian grandes cambios en los chavales: los cobardes hablan de emprender retos inabarcables, los tímidos abordan a los vecinos con locuaces discursos, los sensatos tienen una expresión soñadora en el semblante y, qué decir de los esquivos, tornados en románticos pasean como flotando, con bandadas de pájaros trinando alegres sobre sus cabezas.
Esa maestra ha sembrado ilusión en sus alumnos. Aunque no dice cómo lo ha hecho, todo parece indicar que la lectura de cierta obra universal ha tenido mucho que ver. Puede que ahora trabajar el campo sin salir del pueblo se le quede corto a esta generación, pero con la puerta de su imaginación abierta, un mundo se les abre también, dlgo que ya nadie podrá cerrar.
Un relato que deja claro que la buena lectura transforma, y para bien.
Un abrazo y suerte, Yolanda
Qué bonito. Me ha encantado
Pues sí, Ángel, una buena lectura cambia la mente.
Gracias por pasarte.
Un abra o
Cuánto me alegro!
Gracias, Marta.
La imagen de la maestra cosechadora me encanta. Puedo asegurar, con conocimiento de causa, que los/as maestros/as se sienten quijotes en muchas ocasiones y no siempre recogen la cosecha sembrada porque a veces son predicadores en el desierto. También me encanta la imagen de las bandadas de pájaros sobre sus cabezas.
Sin duda una labor impagable la de los maestros.
Gracias, Edita.
Hace tiempo quise ser Quijote, pero la maestra de la vida, me enseñó que era tarde.
A veces nuestros planes se truncan. Hay que seguir, siempre.
Saludos.
Me gusta mucho lo de sembrar en los niños como si fueran campos. Qué alegría que su trabajo haya dado sus frutos. Y es que hay que ser muy Quijote para dedicarse a la docencia, una profesión maltratada que, cuando se ejerce con ilusión, debe ser de las más importantes que existen.
Un abrazo y suerte.
La ilusión es un motor que no debe faltar en tan edificante profesión.
Gracias, Rosalía.
Un buen título para un buen relato. Ojalá hubiéramos tenido maestras como esa. Algunas hubieron, aunque no las suficientes.
Pues sí, Rosa, nunca son suficientes.
Un abrazo.