21. DIÓGENES (Edita)
Aunque Dña. Carmen siempre se negaba a abrir la puerta a nadie, esa vez era evidente que urgía prestarle ayuda. Últimamente no salía de casa ni para visitar los contenedores. Además del jaleo de perros y gatos, cada vez más estridente, el hedor en la escalera ya resultaba insoportable. La preocupación lógica de los vecinos se convirtió en desesperación. Hacía tiempo que habían agotado la paciencia y todas las vías a su alcance para solicitar la intervención de los servicios sociales y otros organismos presuntamente competentes. Siempre la misma respuesta: sin consentimiento de la afectada o autorización judicial, imposible invadir el ámbito privado. Pero llegó la nueva Ley de Bienestar Animal y vieron en la norma una posible salida. Denunciaron con premura las condiciones indignas en las que se hallaban las mascotas del 3º B. Pocos días después, acudían al edificio las autoridades de orden público. Como no hubo respuesta desde el interior, accedieron a la vivienda por medios propios y, veloces, trasladaron a una protectora algunos animales todavía vivos. Ella tuvo menos suerte: lo que se pudo recuperar de la anciana fue al depósito de cadáveres.
Somos animales también, racionales nos hemos venido en llamar para distinguirnos del resto, pero es también esa supuesta mente superior la que nos hace tan complejos y gasta ilógicos, muchas veces en el peor de los sentidos, la pobre dña. Carmen es un claro ejemplo.
Un relato que, ficción o no, bien podría no serlo.
Un abrazo y suerte, Edita