36. Ritual de apareamiento.
Lo esperó inmóvil, con el vientre tenso de anticipación. Sabía que vendría. Todos vienen. Siempre.
No por ella, sino por el eco de algo antiguo que nadie recuerda, pero todos obedecen.
Él caminó sin darse cuenta de las señales: el aire quieto, los restos de otros. Entró. La tocó, y ella lo dejó hacer.
Lo recibió en silencio, envolviéndolo sin manos, sin prisa. Cada roce era una atadura invisible. Cada suspiro, un nudo nuevo.
Él no entendía por qué su cuerpo se volvía pesado.
El amor sucedió como debe: con lentitud, con saliva, con fuego. Él se rindió todo. Ella lo rodeó con sus piernas largas, lo inmovilizó con caricias exactas, y cuando él cerró los ojos, creyendo que dormía en brazos de una diosa, lo atravesó.
Sus hijos, dormidos hasta entonces, despertaron uno a uno, hambrientos, ordenados.
Descendieron del techo como gotas, rodeando la ofrenda. Con cuidado, ella recogió los restos blandos y los repartió con ternura.
En la penumbra, bajo las hojas, una viuda negra se relamía las patas.
Tejió una hebra nueva.
Y volvió a esperar.
Nuria, me encanta cómo mantienes la tensión hasta el final, cuando desvelas de quien estás hablando. Eso, y lo maravillamente escrito que está, como siempre.
Un abrazo y suerte.
*maravillosamente
Nos vas envolviendo en la telaraña de tus palabras hasta descubrirnos al final por dónde van los tiros. Espero que seas algo más benevolente con nosotros, inocentes lectores, que tu prota.
Muy buen relato, Nuria, como no podía ser de otra manera siendo tuyo. Y precisamente con el bicho que más aprensión me da de todos. No me gustaría estar en la piel de ese «araño».
Un besazo.