70. Cazadores
El verano finalizaba en el valle. Allí vivía una tribu regida por el ritmo del campo y de los animales que criaban en el poblado. Acababan de recoger la cosecha y los graneros estaban repletos para el invierno. Pronto comenzarían las lluvias y sería el momento de refugiarse en las casas de piedra, pintar sus paredes, encender los fuegos para calentarse y aparearse para tener una prole sana y fuerte que asegurara el futuro de la especie.
Auxel tenía veinte años y ya no podía trepar a los árboles como antes. Ahora vigilaba los almacenes, con un palo para asestar un golpe certero a aquellas bestias de cola larga y ojos negros que tanto odiaba porque robaban el sustento de su pueblo.
Una noche escuchó un ruido y a punto estaba de golpear, cuando se dio cuenta de que aquello no era una rata. Tenía grandes ojos verdes y entre sus dientes asomaba un rabo que se perdió rápidamente en esas fauces terribles, que se volvieron dulces cuando comenzó a relamerse. Auxel acercó, temeroso, una mano para tocar su pelaje y aquella lengua áspera lo lamió mientras su garganta emitía un ronroneo. Le puso un nombre y jamás se separaron.
Es difícil, saber, siquiera imaginar, en qué momento del devenir de los tiempos humanos uno de los animales domésticos por excelencia comenzó a serlo. Tu relato podría ser una hipótesis plausible de cómo sucedió todo.
Un abrazo y suerte, Almudena
Muchas gracias por tu comentario, Ángel.
Un abrazo .