03. Savia irlandesa
La abuela rogó al médico que mantuviera vivo al abuelo mientras excavaba un hueco en el patio. Su terquedad era incurable y había decidido morirse para huir al cementerio con su amante. Pero ella no iba a consentir que su espíritu infiel susurrara bobadas bajo la luna a la tumba de aquella pelandusca, así que, obstinada en su creencia de que volver a la tierra no implicaba ser devorados por los gusanos que tanto aborrecía, resolvió instalarle alimentando una higuera que nos ordenó no regar, incluso si languidecía, por respeto a la aversión de su marido a ingerir o usar el agua.
Después de San Patricio, las hojas se volvieron crujientes, cayeron y quedó un palitroque marchito. En otoño, nos sorprendió vistiéndose con brotes escarlata y dos inquietantes higos azul celeste que parecían vigilarnos. Descubrimos entonces que la abuela vertía cada noche una copita de whisky entre las raíces. Cuando ella murió, también la enterramos allí y añadimos al whisky un chupito de anís.
Las chispas descontroladas empezaron en Samhain, cuando surgieron dos furibundos higos amarillos junto a los azules. Tuvimos que suspender el riego alcohólico, remojar las ramas con limonada y atarlas para que no se estrangularan entre sí.
La fobia al agua puede ir asociada a la afición al alcohol, que, como es sabido, en exceso no suele terminar bien.
Un relato muy original, de amor y comprensión hacia los más cercanos por encima de todo, incluso una vez difuntos, lo que no quita para que también haya infidelidades y difícil convivencia de por medio.
Un abrazo y suerte, Eva
Parece una vieja leyenda contada a la luz de la lumbre. Curiosa y que arrastra el conflicto de una pareja más allá de su muerte.