19. EL HOMBRE Y EL ASCENSOR
Es pensarlo y se me pone la piel de gallina. Sí, me da miedo. “Por qué tentar a la suerte”.
Llego al rellano desierto cargado con la compra. Hoy hace mucho calor. Paro un momento a recuperar fuerzas. Ahí está, mostrándome por la estrecha ventana de la puerta su interior vacío. No me fío. A veces me lo pienso porque vivo en el décimo, pero reconozco que con el tema me he puesto en forma.
Comienzo a subir las escaleras con determinación, pero… “Qué cojones”. Desciendo a toda velocidad y me cuelo con torpeza lo más rápido que puedo. Enseguida pulso el diez. Varias veces. A tope. El corazón va a todo lo que da mientras no quito ojo al cristal translucido de la puerta. Las puertecitas interiores ya empiezan a cerrarse. Mi culo lo ha hecho mucho más deprisa. “Vamos”. Se cierran. “Venga”. Movimiento. “Bien”. A mi espalda, una voz viscosa pero amable: “Hace buen día hoy ¿verdad?” Puto viejo. No puedo evitar mirar de reojo con todos los músculos en tensión. Me sonríe plácido y sigue con lo de siempre: “Un día como hoy me maté en este ascensor”. Hala… ya no está. Piel de gallina.
Las conversaciones de ascensor son aburridísimas, justificarían que se generase, si ws que no existe, una fobia social y específica hacia ellas, pero quién podría superar el miedo a un fantasma que reuerda el peligro de los elevadores y que fue víctima de uno.
Un relato descriptivo en primera persona, terrorífico, pero también muy divertido.
Un abrazo y suerte, Carlos
Terror en el ascensor. Vamos a suponer que el viejo solo existe en la imaginación del prota, fruto del pánico incontrolable que le producen los ascensores. Pero… ¿y si no…?