24. El libro de las almas
Dejar desatendidos los sombríos pliegues de su timidez le convirtió en el perfecto carcelero de sí mismo. Allí dentro, en las confortables profundidades del autoengaño, los ordenadores eran su refugio, y la vida cotidiana, una ventana traslucida desde donde juzgar lo ajeno con arbitrarias especulaciones. Irremediablemente, desarrolló una considerable fobia a vivir.
Desde fuera no se notaba, pero la capa interior de su piel se extendía hacia adentro, lentamente, formándose una cámara acorazada, ancha y hueca entre dermis y epidermis. Su corazón desconocía el entusiasmo; su hígado, la armonía; su estómago, las mariposas. Las emociones languidecían despedazadas en un armazón de mínima humanidad. Todos los órganos menguaron ante el insoportable empuje del creciente vacío y buscaron asilo en la nueva cámara de su gruesa piel. Todos excepto el cerebro.
Está en la naturaleza del vacío succionar con fuerza cuanto le rodea. Sin empatía que lo pudiera contrarrestar, su cerebro programó una red social capaz de ocupar su interior, a costa de vaciar el de millones, explotando la fobia universal al anonimato de sus congéneres. Una vez tejida la red, solo restaba ponerle nombre. Soulbook le pareció apropiado.
No solo se replegó en sí mismo, sino que también ideó una redp ara contagiar a los demás de suss miedos y carencias sociales.
Un relato maravillosamente contado y un aviso elegante contra low pwligros digitales.
Un abrazo grande y suerte, Antonio