47. EN BUSCA DE LA FORTUNA (VALDESUEI)
Cuanto más consciente era de la miseria de su familia, más fobia le tenía a la pobreza. Pero sólo a la propia…
Para conciliar el sueño y apaciguar el hambre, sobre el camastro en el que fraternalmente se alternaban cabezas y pies, se imaginaba en elegantes restaurantes degustando olorosos quesos franceses.
Estaba convencido de que había nacido millonario y de que sólo le faltaba el dinero.
Todos los días echaba la lotería, mirando con odio a los otros jugadores por pretender robarle su fortuna.
Siendo anciano, confesó que también había probado suerte como atracador. Su primer golpe iba a ser en un estanco. Salió de casa armado con cuchillo y embozo, pero debió olvidar el valor sobre la mesilla. El estanquero, robusto como un olivo, pensó que el nerviosismo del cliente era por la falta de nicotina y le hizo fumar varios cigarrillos.
Desde ese día se hizo fumador, amigo y pareja de tute del comerciante.
Sobrevivió a todos sus hermanos con los que mantuvo muy buena relación.
En su lecho de muerte, no paraba de murmurar: “Ramiro, déjame sitio”, “Lucio, pies sucios, ¡qué peste a quesos!”
Se fue con una sonrisa en la boca. Sin duda, toda una fortuna.