56. Ana
Ana baja del coche y cierra la puerta despacio, como si no se atreviera. Frente a ella se extiende una llanura inmensa, sin árboles ni vallas. Únicamente se oyen el viento rozando la hierba seca y el chirrido insistente de un solo grillo.
—¿Vienes o qué? —le grita su primo que ya había echado a andar— ¡Venga, que es recto!
Ana da un paso. Dos. El sol le quema la nuca. No hay sombras. Nada donde apoyarse. Ningún lugar donde esconderse. Da tres pasos más. Las rodillas le tiemblan, siente un sudor frío en la espalda. Mira atrás.
—¿Ana?
Intenta dar otro paso, pero no puede. Delante, espacio, demasiado espacio y su primo que se aleja. Encima, un cielo enorme, un azul que aplasta. Siente el corazón en la garganta, desbocado.
—¡Ana!
No puede responder. Intenta respirar, pero el aire pesa en exceso. Tiene las manos abiertas, le sudan las palmas. Vuelve a mirar atrás y ya no lo puede evitar: da la vuelta, corre hacia el coche y se lanza dentro. Jadea. Solo recupera el aliento cuando cierra los ojos y aparecen un techo, unas paredes, una ventana sellada y una puerta cerrada. Ahí dentro todo cabe!


Igual que existe la claustrofobia, también lo contrario. Quienes no solo no la padecemos, sino que, además, nos gustan loa espacios amplios, abiertos y naturales, tenenos que hacer un esfuerzo para ponernos en el lugar de quien sufre por ello, pero tú lo has transmitido muy bien a través de tu personaje.
Un saludo y suerte, Josep
Desde luego describes los síntomas fenomenal. La verdad es que tiene que ser terrible verse limitada de esa manera.
Estaba pensando usar esa fobia, así que voy a buscar otra, que hay para todos los gustos.
Un abrazo y suerte.
Muy bien transmitidos los síntomas de uno de los tipos de agorafobia.
Quién lo diría que el infinito espacial puede resultar ser un auténtico infierno. Muy bien descrito! Bravo y suerte