66. El juego de la oca
Hoy, como cada mañana, se han despedido en la parada del autobús. La ha visto caminar por el pasillo hasta encontrar su asiento junto a la ventana. Ha agitado su manita mirándola. Adiós, mamá, adiós. Luego la madre ha regresado a la casilla de salida. Por voluntad propia. No como su hija, que ayer cayó en la calavera. Jo, mamá, qué mala suerte. Ella piensa en otras formas del mal fario: que el vehículo se despeñe, que las alarmas no suenen a tiempo o que el transporte escolar sea alcanzado por un proyectil. Cosas que pasan en otros lugares, zanja tratando de aplacar sus miedos. Prepara la merienda. Remueve decidida una infusión de hierbas mágicas a la que ha añadido leche para que el color y el sabor le resulten familiares a su pequeña. Finalmente se deshace del tablero con las fichas.


El amor a una hija es algo tan total y tajante, sin fisuras, que el miedo a que algo malo le suceda puede generar una ansiedad difícil de superar, que comience con un inofensivo juego de mesa, y termine ramificàndose y multiplicándose en mil temores, tan irracionales como un remedio de hierbas para subsanarlo.
Un abrazo y suerte, José Luis
Coincido con Ángel: ese es el peor miedo que existe, y lo has reflejado muy bien.
Un abrazo y suerte.
Ser madre con esa terrible fobia tiene que ser muy complicado. Pero ser la hija no sé si será aún peor.
La fobia, en tanto que miedo irracional, nos puede llevar a tomar decisiones drásticas y duras con tal de evitar un sufrimiento, imaginario, pero tan intenso que se hace insoportable. Me has puesto la piel de gallina, con ese «recoger las fichas del tablero» , ese final del juego no puede significar nada bueno en este caso, y no dejo de pensar en esa infusión de hierbas y es@ «vuelta a la casilla de salida». Tan sutil como terrorífico, si lo he interpretado bien.
Suerte y abrazos