69. DOLOR, HONDO DOLOR
Esa maldita letra circular le sumía en un estado de angustia que escapaba de su control. Podía pasar varios días sin salir de la cama. Refugiado entre las sabanas esperando a que el tormento desistiera, sin probar bocado, con las persianas bajadas haciendo cómplice a las sombras. Consciente de que tenía que terminar el trabajo y también, que le resultaba una tarea hercúlea y, lo peor, ellas iban a estar acechantes para apoderarse de sus escritos.
Consultó a varios doctores con idéntico diagnostico: nada. Le recomendaron la acupuntura y esforzándose por aislar el terror a las agujas, probó. Mismo resultado.
Llegó a la dolorosa conclusión de que no existía un medicamento eficaz. Estaba solo, solo contra ellas. La teoría siempre es fácil. Pensar en ellas, en su absurda redondez le provocaban ganas de vomitar.
No había otra solución, acumulaba más de cinco meses de retraso y su editor le amenazó con rescindir el contrato y, necesitaba el dinero.
Se sentó frente al ordenador. Comenzó a escribir.
La mañana se deslizaba lenta, triste, perezosa.
Ahí estaba, torturándolo. Destrozó el ordenador contra el suelo. Cogió el revolver y se pegó un tiro. La sangre asomaba por un agujero similar a una o.