92. Progresar adecuadamente
Las matriculas para la escuela de dioses se abrieron en junio. El profesor era un viejo dios griego con el mapa de Santorini en la cara, que delataba su afición al oloroso. El aula reflejaba la diversidad divina. Había un imberbe dios nórdico que se negaba a dejar su enorme mazo en la puerta. Un diosecillo africano cubierto con una piel de león siempre llegaba a clase con los pies manchados de tierra rojiza. Algunos se sentaban en la parte de atrás con expresión huraña, incapaces de disimular su aversión por cualquier credo que no fuera el suyo. El primer día se trataron conceptos básicos, pero muy útiles cara a la vida laboral, como crear montañas, luz, o convertir agua en vino. Con el paso de las semanas algunos alumnos empezaron a preguntarse si compensaba renunciar a los placeres terrenales a cambio de inmortalidad. Abrumados ante la perspectiva de pasar la eternidad en un trono, algunos renunciaron. En las reuniones del AMPA los dioses adultos comentaron que la educación no hacía mejores a sus hijos, sólo más libres, y que era un arma tan poderosa como el rayo divino o las plagas de Egipto. Al año siguiente cerró la escuela.
Tienen razón esos dioses al considerar que la educación es un arma poderosa, y para ellos, peligrosa, lo han sabido todos los gobernantes autoritarios a lo largo de la historia, aunque no fueran divinos o aspirantes a ello. Su miedo a que la gente piense por sí misma, a que no se la pueda manipular como corderillos, puede generar una aversión permanente y de rechazo, paralelos al temor a perder su supremacía.
Un abrazo y suerte, Lucas