23. No finjas ser azar
“Y de repente, la vida me agarró por los hombros
y dijo: no te entiendo tampoco, pero aquí estoy”.
Clarice Lispector
Rondaba las calles aún desiertas. Acompañaba a mi bastón una nimia observación, como un pequeño rescoldo de antiguo narrador.
Todo cambió cuando me incliné con parsimonia —la vejez tiene sus rituales— para recoger un papel amarillento que varó bajo uno de mis zapatos.
Contenía un relato inconcluso al que di continuidad y desenlace sin utilizar la escritura.
Desde entonces aparecían en cualquier lugar: hojas secas de árboles, márgenes de un periódico, paredes o el vaho de los cristales. Y siempre me resultaba palmario darles cuerpo definitivo.
Una madrugada encontré una cuartilla en la que tan solo decía “La plaza del Carmo”.
Recorrí las calles del Chiado; me hablaban mientras se abrían y cerraban como las páginas de un libro.
Cuando llegué, el silencio se volvió bullicioso y los fusiles del recuerdo seguían siendo tallos de los que brotaban claveles rojos exhalando palabras.
El magno espejo invisible se fracturó en innumerables fragmentos de imágenes con personajes reconocibles. No sabía si me soñaban o si era yo quien lo hacía.
Volví a leer ese último mensaje, y en él identifiqué los trazos. Eran los míos.
Este anciano escritor debe.seguir practicando.su voocación y no dejar ninguna historia inconclusa. Cree que el azar le envía mensajes en ese sentido, pero es él quien los propicia. La prueba de que no debe abandonsr las letras es la belleza con la que describe el entorno de Lisboa por el que se mueve, eso no es casualidad.
Un relato con mucha personalidad en el fondo y en la forma.
Un abrazo y suerte, Javier