24. Vicky
Edurne y Marcos coinciden junto al semáforo al salir de la oficina. Mientras esperan a que cambie el disco, charlan sobre lo insoportable que es el becario. Es irritante, dicen al unísono. Y se ríen, también a la vez. En cuanto se pone verde, cruzan y caminan hasta la esquina donde cada uno tira por su lado.
Cuando se alejan, Marcos se detiene frente a un escaparate y observa su reflejo en el cristal, comprueba cuánto le favorecen sus tejanos nuevos. Le encantan. Se pregunta si Edurne se habrá fijado. Si le habrán gustado. Si está por él. Ojalá, piensa, aunque sabe que es improbable. Bueno, imposible, Edurne se pasa el día hablando de su pareja, y siempre bien.
Entonces, Marcos se desanima. Pero sigue posando. Ya no le gustan sus tejanos. Le parecen horribles. De repente, la tienda se ilumina, claro, son las cinco. Con la luz su reflejo se esfuma, ahora solo ve el interior del escaparate. Hay ropa esparcida por la tarima. Y una joven que la organiza. Y que le mira. Y le sonríe. Y le muestra unos pantalones. Y le vocea que los compre, que le quedarán genial. Y añade que se llama Vicky.
Hay quien está convencido de que las casualidades no existen, si además coinciden con quienes creen en las señales, y tu protagonista es uno de ellos, debe entrar en esa tienda y comprar esos pantalones. Algo nos dice que hay muchas posibilidades de que lo haga.
Un abrazo y suerte, Aurora
Qué bonito, me encanta cómo está construido. Y Vicky parece muy maja, qué bien le va a ir con ella! Qué buenas las casualidades cotidianas, tendríamos que estar más atent@s. Un beso.
Ay, me encanta ese encuentro fortuito. Ya dicen que la mancha de mora con otra verde se quita. Y creo que Marcos ha encontrado su mora verde.
Un abrazo y suerte.
Al principio, la historia lleva una dirección que parece inequívoca, todo encaja. Luego se bifurca, aunque parece que es solo un rodeo, que pronto los dos ramales se encontrarán de nuevo. Pero no. Al final, sorpresivamente, llega la ruta con dirección obligatoria: la serendipia.