69. Huecos
La penumbra polvorienta del desván conservaba el pasado aterciopelado, sin aristas, como si nada de lo que allí se almacenaba fuera peligroso. Buscaba el «berbiquí» de la abuela, como llamaba su antepasada a la barrenilla con la que agujereaba cosas para después unirlas con bramante, horadaba paredes para incrustar ganchos o perforaba maderitas para crear juguetes. Trasteó en las cajas de herramientas, pero recordó que ella siempre protestaba porque nunca estaba allí. Abrió entonces el baúl de la ropa y buceó entre las prendas hasta encontrar su eterno mandil. Lo extrajo con devoción, percibiendo su dolorosa ausencia adherida al tejido. En el bolsillo derecho palpó el pequeño utensilio. En el izquierdo, crujía un papel casi desintegrado que sacó cuidadosamente y acercó al ventanuco.
Era una carta en francés, con una caligrafía exquisita, que excluía al abuelo como autor. Un texto apasionado lleno de recovecos que hablaba de amor infinito, de tactos, aromas, suspiros y carne, de orificios, de nostalgia, distancia, locura, sinsentidos, de corazones rotos.
El vértigo del vacío que siempre provoca el derrumbe de un cimiento aceleró sus latidos. Arrugó la cuartilla y, ocultándola en su mano, voló hacia la escalera azuzada por la risita pícara de su abuela.


Como acostumbras, tu relato no es de 200 palabras porque en cada una se concentran muchas otras desechadas adrede para que nos centremos en esa, y solo esa, varias veces, lentamente… hasta dejarnos impregnados de tu intención.
Me encanta que aprecies el esfuerzo de barajar palabras con el que me entretengo. Gracias siempre por tus palabras que me animan a seguir.
Se derrumbó un cimiento, pero quedó relleno el hueco de una persona que tenía más recovecos de los que parecía. Todo el mundo es más complejo de lo que se muestra.
Un relato que es una gozada de lectura.
Un abrazo y suerte, Eva
Gracias Ángel, si te agrada leerlo, objetivo cumplido. Si, todos somos un mundo. Un abrazo, Ángel.
Eva, nos resulta complicado imaginar que nuestros padres ancianos o nuestras abuelas tuvieran una vida diferente a la que les conocimos. También nuestros hijos e hijas ignoran que esa señora que le dice que recoja la habitación o que no llegue tarde fue joven un día no tan lejano.
Muy evocador tu micro, también muy real.
Un abrazo y suerte.
Así es Rosalía.Cuando asumimos esos ‘papeles’ parece que dejamos de ser personas… Muchas gracias por leerme y por tus palabras. Un abrazo enorme.