Mano de santo (Jesús Navarro Lahera)
Pese a que seguimos sin resolver el problema con el nuevo vecino, al menos se ha solucionado el tema de la plaga de ratones que asolaba el edificio. Sin embargo, y aunque ya no tenemos que soportar a esos molestos roedores, la comunidad continúa alborotada. Uno de los que más protesta es mi marido, para el que es intolerable que tengamos que aguantar las malas pintas del desgarramantas del quinto, como él lo llama.
Dice que es inadmisible que deambule por ahí con ese aspecto, siempre con ropas de colores chillones que le quedan enormes, como si se las hubieran regalado, además de llevar los pelos sucios sujetos en una especie de coleta y dejar a su paso un olor a cabrales que espanta.
Yo me callo, por nada del mundo desvelaría que conmigo su relación ha sido exquisita desde el primer día. Cuando me he cruzado con él, obviamente a solas, me ha tratado con suma cordialidad, igual que yo, claro. Incluso hace un par de semanas le dio por regalarme un trozo de tarta de queso casera, que, por supuesto, nunca pruebo, ya que pude comprobar los efectos que tenía en los ratones que hurgaban en la basura.

