02. Solo es un juego
La batalla se estaba tornando cruel y aniquiladora. La infantería de primera línea había, prácticamente, desaparecido; la mitad de nuestra caballería y algún que otro comandante habían sucumbido a aquellas hordas bárbaras. Desde primeras horas de la mañana, en las que nos aprestamos en nuestra posiciones dispuestos a recibir el primer ataque, tuve la certeza de que aquella batalla no la íbamos a ganar. Los comandaba un mariscal ruso, renombrado estratega, cuyo estandarte mostraba una luna blanca sobre fondo negro. En los primeros compases no hubo que lamentar víctimas, pero pronto la sangre comenzó a correr a lo largo del campo de batalla, caímos como árboles bajo un vendaval. Ahora, nuestras filas, exiguas, agotadas, están rotas. Mi señor queda desprotegido y sé que solo yo, puedo darle un respiro, una oportunidad para escapar. Ordenaron que me pusiera delante de mi señor para recibir el ataque que ella, la gran señora blanca, le dirigía a él. Recibí con entereza su acero, me llevé las manos a la herida para no dejar que mis tripas se vertieran por el suelo. Doblé las rodillas y escuché: «¡Jaque!». Mi sacrificio le salvó y caí sobre el tablero sabiendo que no volvería a ver amanecer.

