70. El juego
Su gran variedad de grises sugiere la presencia de muchos colores, pese a ser una foto en blanco y negro. En ella aparece sobre un escenario junto a otros niños, todos con las manos atadas atrás y una manzana colgando delante de cada boca. No lo debería estar haciendo muy bien, porque recuerda que alguien, quizá la misma persona que, a modo de mago o verdugo, le había anudado las muñecas, en un momento dado se las liberó para que pudiera ayudarse de las manos.
Le basta con mirarla para volver a verse allí arriba, cegado por uno de los focos, perdido y ajeno a cuanto le rodeaba: a aquella esquiva manzana, al resto de participantes, a sus padres, a su hermano mayor y demás gente del público, como también a ese individuo sin rostro que —magnánimo como tal vez nadie lo haya vuelto a ser con él— decidió concederle aquel privilegio, una ventaja que no quiso aprovechar. (Fuera de concurso)


intentar morder una manzana colgante sin manos es algo más que difícil. No querer utilizar una ayuda inesperada honra a este personaje, sin deseo alguno de ganar ese juego gracias a algún privilegio que los demás no tenían. Se ve que nunca olvidó que alguien, a quien identifica como persona generosa, quiso ayudarle, aunque no llegase a saber quién era, en una experiencia de las que curten, que hace bueno el refrán de «Dios aprieta pero no ahoga».
Siempre es un placer leerte, Enrique.
Un abrazo