77. Ya nada es igual, aunque lo parezca
Estoy obligado a asomarme por este ventanal privilegiado y a permanecer inmóvil cuando alguien entra en el salón; ese es mi castigo.
Debo observar todo lo que acontece y escuchar todas las conversaciones. A veces resulta agradable, placentero; otras, en cambio, odioso. He oído cosas que me han dolido mucho. Aun así, agradezco poder seguir viendo a mis hijos, mis nietos…
Aunque aquella vez que tuve que contemplar a mi nieta retozando con su novio cuando creían que estaban solos en casa, no se lo deseo a nadie.
Cierto es que no reniego de ser una fotografía, y aunque no deseo estar en un álbum olvidado al fondo de una estantería, sí quisiera permanecer en un lugar con vistas al horizonte y que el ventanal fuese a todo color, no en blanco y negro.

