92. Las mil y una clases
Doña Enedina estaba corrigiendo un examen de lengua cuando la visitó la muerte. Pensando que los chicos perderían el curso, solicitó un aplazamiento. Conmovida por la vocación a prueba de guadaña, la muerte aceptó. Volvió un año después, mientras hablaban de la guerra civil. Se sentó al fondo recordando con nostalgia aquellos años de trabajo duro pero gratificante, hasta que olvidó para qué había ido.
Empezó a visitarla cada año. Escuchaba la lección en un aula cada vez con más sillas libres. Le gustaba la historia porque revivía los momentos estelares de su carrera. La profesora terminaba cada clase con suspense, creando una expectativa que suponía un año más. Cuando las últimas familias se fueron a la ciudad, Doña Enedina supo que ya no serviría dejar a Colón oteando el horizonte ni a Napoleón a las puertas de Moscú. Borró el encerado y colocó las sillas. En un fotograma efímero alcanzó a ver las fotos en blanco y negro de los últimos cuarenta cursos. Toda su vida.


A mí me ha pasado como a Dña. Guadaña: me he quedado colgada de la historia hasta el final, y quería seguir leyendo.
¡Qué bonita historia! Y es que los apasionados de la historia te lo explican todo con tanta pasión, que no te cansas de escucharlos.
Un abrazo,
Carme.