94. En tierra de nadie
Sobre una hoja del cuaderno, el niño dibuja un hombre de pie en el paisaje nevado. La nieve está fresca, sin pisar. Aprieta con fuerza la punta del lápiz y rellena el interior de la silueta de un negro impenetrable. A continuación, construye la casa; sobre el tejado a dos aguas se posa un cuervo. Coge la goma y lo cubre de miles de copos hasta hacerlo desaparecer. Tumbado sobre la alfombra del salón, mira a su madre inerte en medio del enorme sofá. Ella a su vez observa, sin apenas pestañear, la nube de puntos blancos y negros que invade la pantalla del televisor, como un enjambre furioso. Su rostro pálido, coronado por una melena nívea, tan prematura, encierra una mirada que parece seguir con interés el devenir de una de esas partículas.
El niño acaricia la silueta de su madre sobre el manto de nieve reciente sin apenas tocarlo. Luego aprieta ligeramente la punta y dibuja una figura pequeña, grisácea, de pie entre las otras dos. Gira el lápiz dentro del sacapuntas para trazarles unas sonrisas radiantes; emerge la punta de grafito, afilada, dispuesta. Debe darse prisa antes de que los sorprenda la siguiente tormenta de nieve.

