122. Aquella máscara
Al verla, sentía miedo. Esa cara de cuencas vacías me hacía temblar. Desde ahí, colgada, parecía observarme, parecía seguir mis movimientos cuando yo pasaba por delante de la puerta entreabierta. Y yo nunca entraba sola en aquella habitación.
Pero un día, mi madre me llamó desde la habitación y acudí. Una luz tenue me recibió. Y vi que ya no estaba colgada. Yo podía oir la voz de mi madre desde sus entrañas, pero había algo distinto que me tranquilizaba: los ojos no estaban vacíos; un familiar brillo verde los llenaba.
Y entonces, lo comprendí. Aquella máscara jamás me haría daño. Y dejé de temerla. Y la llevé en el baile de Carnaval del año siguiente. Y aún la conservo, allí colgada, como recuerdo de mi niñez.
Impresiona, tu impresionante relato.