ABR.44. NAVES ARDIENDO, de Rafa Heredero
El hombre camina por la noche sin fijarse ya en el ambiente opresivo de la ciudad oscura y triste; ve humo, o quizá sea vapor de agua, escapando entre las sombras desde lo alto de los edificios, fundiéndose con la fría luz de cientos de anuncios de neón que difuminan ráfagas de pesada y persistente lluvia. Un eco inaudible le llama la atención y al levantar la mirada hacia lo alto de los rascacielos que lo cercan cree ver, a través de la bruma y una cortina de agua, dos figuras de aspecto humano peleando como titanes en un combate desigual, mientras la lluvia le empapa y las gotas que llegan a sus labios resbalando por el rostro le dejan un extraño sabor salado.
Fue entonces —luego lo supo— cuando le invadió esa sensación de amarga tristeza, de fracaso, de derrota definitiva que siempre le iba a acompañar, cuando empezó a sospechar que todo afán era inútil y le asfixió la nostalgia de lo que inevitablemente dejaría atrás, y ni siquiera la bellísima imagen de naves de ataque ardiendo más allá de Orión, que le asaltaba de vez en cuando sin saber por qué, pudo poner fin a su melancolía.