ABR.46. DESEOS DE LIBERTAD, de Lydia Leite
Lo trajo la lluvia. No la mansa, sino esa otra lluvia torrencial, un poco desasosegante, pero tan liberadora. El deseo de ser otra empezó de manera paulatina. Primero quise convertirme en la gota gruesa que se sienta, con la distinción de una estricta dama de época, sobre las ramas de los árboles, para después deslizarse con infantil despreocupación hasta el suelo. Deseché la idea. Mejor ser aire, pensé entonces. Soplar, bufar, subir, bajar. Envolver el espacio, cubrir los huecos, rodear a las personas mientras caminan, zarandearlas, enroscar la falda en las piernas de las mujeres o azotar los bajos de los pantalones masculinos hasta oírlos batir como tambores. Tampoco esto me sedujo, demasiada energía inútil. Fue mientras observaba el agua golpear inmisericorde la arbolada superficie del mar, cuando lo decidí. Sería un rayo. Una finísima culebra de fuego. Iluminaría los barcos en las noches sin luna, los cuartos mudos de las residencias de ancianos, mientras ellos desgranan una a una las horas de la tarde, los portales donde duermen los sin techo, o incluso alguna de esas escuelas rurales silenciosas en la que ya apenas quedan niños. Eso sería yo. Una luz colmada de esperanza.
Magnífico texto
Hermoso, coincido con el anterior comentario. Es prosa poética, sobre la que dejarse llevar.
Ramón Alcaraz
Muchas gracias por vuestra amabilidad. Lydia Leyte