ABR.52. CRÓNICAS DE ESCOCIA: LA PIEDRA, EL COCHE Y EL CABALLERO, de Marta Trutxuelo
Apenas fueron un par de millas pero su conversión en kilómetros se nos antojó una distancia infinita. Circulábamos por un sendero asfaltado por la naturaleza. Sorteábamos, triunfantes, ramas y piedras que nos retaban. Pero, al girar… Quizás los reflejos del conductor estuvieran en la izquierda mientras pilotaba por la derecha, quizás aquella piedra, quizás aquel coche de frente… quizás que martilleaban nuestra mente mientras sacábamos el coche de la cuneta. Aquel brinco aún latía en mi interior. Con nuestro valor lesionado por el miedo, observamos que las heridas del corcel escocés no parecían mortales y reemprendimos la ruta, con recelo. Al poco el coche protestó en forma de traqueteo sentenciador: el diagnóstico pasó de impacto leve a pinchazo agudo.
Un viento gélido trajo una fina pero pertinaz lluvia que nos azotaba sin piedad. Mis ojos se precipitaron en un imparable llanto en aquel paraje inhóspito y desapacible. El día amenazaba con abandonarnos cuando unos focos iluminaron nuestra lúgubre escena. Aquel escocés irradiaba calidez, decisión, tranquilidad: era la primera vez que cambiaba una rueda y la primera que lo hacía en un balbuceante y divertido castellano. Nos deseó suerte y al arrancar su cabalgadura agitó su mano aún manchada de solidaridad.
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