59. Adicción
Alguien le recomendó que, cuando la tensión le superara, dejase la mente en blanco. “Por un minuto no va a pasar nada”, le dijeron. Y probó. Al principio, unos instantes; le preocupaba qué pensarían los demás. Pero poco a poco su cerebro le reclamó más de aquello, y empezó a ser normal verle en su oficina mirando al infinito. No fue consciente del momento en que se enganchó. Solo sabía que durante unos segundos no existían mercados con divisas fluctuantes ni quejas sindicales. Y esos eran los mejores momentos. No tardó en utilizar aquella vía de escape también en casa. Cuando los niños chillaban demasiado, o su mujer le exigía tiempo, él desconectaba, y desaparecía del mundo una hora entera.
Que la empresa quebrase, su esposa le dejara y los chicos creciesen y volasen fue algo que ocurrió sin que él se percatara. Lo encontró un vecino que, alarmado por el olor, tiró la puerta abajo. Medio cadáver, miraba a un punto en el techo que nadie más que él veía.
Cuentan que, a veces, desde la clínica de desintoxicación, recuerda quién fue, y llora. Pero vuelve a perderse antes de que la lágrima llegue al suelo.
Qué dura adicción Raúl. En su justa medida y si es consciente, todo es mucho mejor. Suerte.
Besicos muchos.
Doloroso y, sin embargo, tan humano…
Buen relato. Solo puedo decirte que llega… e impacta.
Se le fue un poco de las manos la solución que, a priori, no parece mala del todo. Ahora… no sé si aplicármela esos efectos secundarios… Creo que lo que más pena me da es que, en esa situación, al querer esquivar lo malo, uno esquivo lo malo, lo bueno y todo, lo que viene a ser como ser un jarrón. Un jarrón blanco, claro está.
Da que pensar este micro y un poquillo de miedo y tristeza. Muy bueno