77. Adiós, madre
Ya se han ido todos y nos hemos quedado solas. El oficio ha sido corto; el sacerdote no te había visto mucho por la iglesia y ha hecho lo justo para darte sepultura cristiana. No ha asistido mucha gente tampoco; no hiciste muchos amigos desde la muerte de padre. Siempre el gesto torcido, las palabras envidiosas, el olor agrio en tu aliento. Tengo que hablarte antes de que tu espíritu me abandone definitivamente, ahora que tu cuerpo ha regresado a la tierra y que enseguida una losa sellará para siempre. Debo decirte lo que nunca me atreví, por no hacerte daño, por lástima, quizás por cobardía. No fuiste una madre al uso y yo me moría, a veces de vergüenza, a veces de envidia, al ver el cariño de otras madres con sus hijas. Decías querernos a tu manera, pero sabíamos que igual querías a tus joyas o a los muebles, y mucho más a ti misma. Te cuidé por deber, te acompañé porque era lo esperado.
Y si nunca conseguí amarte, ¿por qué siento ahora esta infinita tristeza?
Esther, cuántas preguntas despierta la perdida de una madre; las respuestas no son sencillas, como tú bien planteas en el final dtu historia. Suerte y saludos
Gracias por tu comentario.
La maternidad desmitificada, desvestida de ese aura de generosidad y amor incondicional, y aun así querida. No es extraño que a tu protagonista se le quedase esa cara a lo Cate Blanchet, ni tampoco que se replantee qué tenía de bueno y de malo su madre que, como todas las madres, era imperfecta, pero era la suya.
Suerte y abrazos.