36. Adjudicado a la joven Venus
A pesar de su misoginia, poseía una magnífica colección de retratos de mujer. Obras de arte como “Dorian Gray”, en versión femenina, cegaban su voluntad. Sentía celos por esas mujeres que decoraban su mansión. Temía perderlas, o incluso, que alguien contemplara esa belleza y la difundiese por esa moda incontrolable de publicar fotos con un móvil.
Con los años, dominó cualquier puja de subastas de arte. Nunca dudó en pagar una fortuna para conseguir un cuadro mostrando el busto de una reina, cortesana o la más humilde de las mujeres. Sabedor de su ventaja, valoraba como nadie una pintura. Él, tan maduro, el más experto tasador conocido, reconocía una copia falsa entre mil. Ese prestigio, terminó aprovechándolo porque si calificaba una obra como auténtica equivalía a elevar su precio. Muchos incautos, pagaban lo que él certificase como original, aunque solo fuese una burda copia, un fraude.
Era, por tanto, un poseedor avaro y terminó convirtiendo su palacete en una infranqueable cámara acorazada.
Pero un día, conoció a una mujer. Le turbó su belleza, su ternura y su juventud. Creía que su rostro estaría en su pinacoteca. Accedió a comprobarlo y le mostró su colección. Días después su vivienda fue desvalijada.
Francisco, se me ocurre comentarte con refranes, no sé la razón pero creo que al protagonista de tu historia le sientan como anillo al dedo. El que todo lo quiere, todo lo pierde. Se me viene a la cabeza una frase de Óscar Wilde, creo, que dice algo así como que la ambición es el último refugio del fracaso. Y en el caso de la joven, Amaro por interés se acaba en un dos por tres.
Mucha suerte.