63. Agitar la miseria- Calamanda Nevado
Intento añadir tul rosa y rojo al escote, pero dudo. Quito el hilván, los hilos flojos, plancho las costuras y antes de llegar a un callejón sin salida dejo la prenda como está. Vuelvo a probármelo; puede pasar por nuevo. Con este vestido rojo en otros tiempos llamaba la atención paseando de esquina en esquina; unos parpadeos, apenas imperceptibles, me creaban clientes. Sabía que mi juventud no era inagotable, “intolerantemente breve”, decía mi madre con infinita picardía, y me dejé amar de muchas formas, y a la vez. Me contaron las historias de cada casa. Cerraba la mente y miraba al techo; incluso toqué la armónica para no sentir el peso de otro ni sus aullidos de lobo apurando hasta el fondo.
A veces las amigas actualizábamos el vestuario pasado de moda intercambiando ideas. Así comencé a bocetar en tela muñecotes y caligrafías y estamparlas en la ropa. Idee caras de animales para zapatos y zapatillas de niños y llegaron los primeros encargos, y más y más pedidos. Encordé paquetes y envié infinidad de bultos por el mundo. Ahora que empiezo a levantar cabeza un antiguo cliente me denuncia. Quiere arrastrarnos a mi hijo y a mí a la penuria.
Es el mejor relato que he leído en años. No sé si felicitarte o darte las gracias. Ambas cosas, supongo.
Siempre hay una persona tras la careta que impone la sociedad, y una historia detrás, que casi nunca le interesa a nadie. Tú la muestras sin hacer ‘literatura de salón’, que es la única manera en que puede mostrarse. Con la verdad por delante. Me recuerda a un personaje mío de otro tiempo, un borrachín en aquel caso. A lo mejor por eso me ha impactado. Lo tiene todo: una buena historia, y además bien contada. Muy directa.
Me llama la atención lo de la armónica, porque se puede interpretar de muchas maneras. Me parece un recurso muy inteligente por tu parte.
Gracias, Cala. Y felicidades. Las dos cosas. De verdad.
J. Ignacio Eres muy amable y expresas naturalidad y simpatía en tus comentarios. Gracias con mayúsculas y suerte para todas tus cosas.
Ya lo dice el refrán: «Qué poco dura la alegría en casa del pobre». Al conocido como «el oficio más antiguo del mundo» no le falta la demanda, pero tiene fecha de caducidad, marcada por la breve juventud, como bien apuntan con sabiduría tu personaje y su madre.
Para quien se gana la vida con esta actividad, en muchas ocasiones por carecer de otras alternativas, a causa de la miseria a la que alude el título, salir de forma digna no debe de ser fácil.
Tu protagonista demuestra tener recursos para sacar el mejor partido a la ropa, pero hay personas a quienes parece que se les niega la posibilidad de prosperar, de salir de los socavones.
El retrato de una mujer marcada por las circunstancias, que apenas posee más que unos débiles hilos (literalmente) a los que agarrarse para poder alzar la cabeza, siendo un asidero demasiado frágil. Tiene a su favor que es luchadora y cuenta con un gran acicate para no rendirse: su hijo.
Un abrazo y suerte, Calamanda
Ángel, qué puedo decirte. Cada comentario tuyo es un relato cargado de empatía, psicología y mucho más. Gracias por todo. Suerte para ti y abrazos.