AGO37. GRILLOS, de Ricardo R Gonzalez Ramos
No tendría yo más de 8 años cuando cacé por primera vez, eso si, sin muerte, claro.
Incluso era bucólico. Bastaba una plantita de tallo largo. Aunque existía otra versión menos fina según mi amigo el “Milindris” que era mear en el agujero. El animalito afloraba e inmediatamente pasaba a su jaulita, como en los safaris de Hatari.
La segunda parte era menos atractiva. Convencer a mis padres.
En aquel tiempo no estaba tan asumido el ecologismo. Yo tuve que aceptar aquella ideología.
-¡Si el grillo sigue en la jaula y come lechuga, tú sigues en casa y comes acelgas!
Y cedí.
Vagamente recuerdo haberle oído cantar una o dos veces al pobre insecto en su corto cautiverio. Y ello coincidió con tórridos días de agosto.
Sorprendentemente he sabido que el calor de la abrasadora Sirio nos es anunciado por los grillos:
Temperatura en ºC = (Cantos de grillo por minuto partido por 5) – 9
No dudaré yo de la fórmula que nos legó Svante August Arrhenius. Nobel de química de 1903.
Admirable su paciencia.
Tienes razón, el grillo, al menos entre los que nos hemos criado en los prados del norte, ha sido un protagonista muy presente en nuestra niñez. En Lezama había un benerable oficial de la marina republicana, que no salía de su habitación con balcón a la calle, tenia una edad indefinida, ya que la escondida tras una canosa barba y bigote al estilo de los hombres de mar, que sabía como alargar la vida de sus grillos regulando la distancia de sus jaulitas de alambre y base y techo de madera, a la estufa de su reducido cuarto. Decía que algunos resistían hasta el mes de octubre. Nosotros, a parte de lechuga (oyeme, muy inteligente la treta que empleó tu madre para hacerte vegetariano), les dábamos unas florecillas amarillas parecidas a las de la genista, lotus oreo que eran, pero también pan con vino y entonces sí que cantaban hasta agonizar.
A parte, cantaba Mari Asun: «Traemos en las gorras y en los bolsillos cazados con varetas 200 grillos…». Esta, que como sabes es mi mujer, se la canta ahora a sus sobrinos nietos y dudo que sepan distinguir un grillo de una cucaracha. Nosotros sabíamos distinguir al grillo rey, tenía una R grabada en sus élitros y estridulaba mejor. Por cierto qué feas eran las hembras, y ademán no cantaban. Sobre la fórmula, siempre que he tratado de probarla, me ha pillado sin termómetro en mi mano para corroborarla, pero es chula, ¿verdad?. Vale.
Un abrazo y nos vemos pronto.
Quiero saber si Mari Asun cazó alguna vez grillos o solo le fué legada la canción. Debo decir que, al menos, mis pocos conocimientos de la botánica no me permitieron alargar la agonía de estos pobres bichos, de lo cual me alegro.
Recuerdo esa jaula de alambre y madera como si tuviera una en mis manos. Y creo que perdí mi vocación cinegética cuando las jaulas empezaron a ser de plástico.
Tú siempre me has parecido un científico, un Arrhenius (más joven claro). No conozco otra gente con tanta paciencia para encontrar una fórmula así.
Abrazos, amigo.
Bonita historia sí, común a muchos chavales de aquella época, en la que disponíamos de todos esos entretenimientos dignos de la mejor y más moderna consola, y además más baratos.
Lo de Hatari fue demasiado ¡Qué película! Creo que impactó a muchos cuando la vimos por primera vez en aquella edad.
Me ha gustado tu historia, Ricardo.
Nuestros entretenimientos eran mucho más sanos también. Debe ser muy costoso hoy poder inculcar a la prole estas aficiones. El grillo canta muy, muy lejos. Hace falta coche y por tanto consola. Paradojas.
Un abrazo Marcos.
Perdonad que me meta en vuestra conversación, Marcos y Ricardo, pero he visto mencionada la película «Hatari», y como si fuera un perro de Pavlov de pronto se ha despertado en mí un mundo mágico: el momento en que acabé de ver «Hatari» es algo que nunca podré olvidar. Y creo que no necesita más explicaciones dado lo que os he leído. Sería el conjunto de todo, la pelícla, la edad en que la vi (a pesar de todo creo que ahora me gustaría igual que antes) o lo que fuera, pero ese momento es casi irrepetible. ¡»Hatari, por Dios»!, y mis hijos con las maquinitas. Menos mal que ya he conseguido que vean a Charlot o «El increíble hombre menguante»…
Saludos míticos a los dos.
Rafa, es cierto. ¡qué recuerdos! Yo vi la película en un antiguo cine de Bilbao el Liceo, que ya no existe, claro. Jamás hubo una proyección tan silenciosa, era como magia o circo.
Un abrazo.
Me ha gustado muchísimo tu relato, luego aderezado con el relato-comentario del Sr. Redondo Lavín y junto con mis propias experiencias grilleras, UN DIEZ. A lo mejor sería un nueve, pero con la inclusión de la fórmula has conseguido la excelencia. Si, DIEZ y BECA.
Un abrazo.
Cierto que el Sr. Redondo Lavín es más de pueblo, de Madrid capital pero en el alma de pueblo y se nota.
Reconozco que ha sido mi maestro en este blog. Incluso puede notarse la influencia.
Me conformo con un cinco y vuestro apoyo. Muchas gracias Aurora.
Querido Ricardo,nosotras, las de Indautxu, no sabíamos que existían esos bichos de los que hablas. Gracias a «Hatari» supimos de la existencia de eso que llamaban animales (puaf! no veas qué susto cuando vimos a aquel animal con «aquella cosa» encima de la nariz ).
Así que,a las de Indautxu, «los de por ahí» nos parecíais tan toscos y tan salvajes (guiño)…… pero aún así , nos gustabais. Beso XXL
( no te emociones: es una talla)
Concretamente la mia. Y no solo de camisa sino que estais consiguiendo que también de ego. Yo naci en Abando cerca de Indautxu pero tenía mucho más cerca el grillo. ¡Como corría el animalito de la cosa en la nariz! Así que opte por el grillo, mientras mi madre no se impuso con las verduras.
Otro beso parecido al tuyo. Hasta pronto.
Halaaaaaaaaa, pues si hubierais estao en Santutxu… venga grillos, grillos, grillos y otros bichos que me callo… Que en las campas te encontrabas de tó!!
Razón tienes Aurora. Se encuentra de todo en las campas. Mi amigo J.G. Eizaga perdió su grillo cayendo de culo encima de un gran recuerdo de vaca blando y ancho.
El día de Santiago pasado me lo recordó y escribí este micro en su honor. ¡Ah la naturaleza!
Ji, ji, qué suerte, de vaca!! En mi barrio había unos perros tamaño caballo. Igual que sus deposiciones. Recuerdo una en la plaza Zumarraga… A un pobre amigo mío aún le siguen llamando el moñiga, creo que de pastor alemán!! No se va a quitar el apodo ni en cien vidas!!
Hola, Ricardo.
Cierto es que donde yo vivo no se escuchan muchos grillos, pero consigo recrear las aventuras del grillo cautivo.
Me ha gustado mucho tu micro evocando tiempos de la niñez; así que te deseo mucha suerte y que tu texto se coloque en el podium.
Un abrazo.
No es nada facil escucharlos hoy en día, vivimos entre ruidos artificiales y gritos.
Salgamos y disfrutemos del campo, a mi me trae recuerdos como este. Gracias Towanda.
A mí me ha recordado pasajes de mi niñez cuando mis hermanas, mi hermano y yo íbamos en busca de grillos. Pero no éramos tan exquisitos pues los metíamos en cajas de cartón a la que hacíamos agujeritos y le dábamos lechuga y hierbas, aunque los soltábamos a los pocos días. Qué evocador, sobre todo porque el que nos guiaba y comandaba era mi hermano mayor, ya fallecido. Qué bellos recuerdos. Gracias por hacerloS aflorar. Gloria
Gloria, gracias por el comentario. Me alegra acercar estos recuerdos, es bonito.
Pues me has tenido un rato leyendo en Wikipedia la historia de Svante August Arrhenius y me he puesto a calcular, así por encima, lo que se pudiese deducir de la formula dichosa. Esto te demuestra que me has convencido con tu escrito. Lo que no me he creído ha sido tu conversión en vegetariano.
Fue temporal, solo unos días y de vacaciones. En villarcayo es dificil pasar de morcillas y chorizos a esa edad. El grillo lo heredó un amigo que también pagó su penitencia.
Aprovecho para desearte un «par de buenos días de trabajo»
Ricardo, nos traes añoranzas casi olvidadas. yo también tuve y lo soportaba bien. En la actualidad si oigo uno por la noche, puedo salir a gritar a la terraza pues no me deja dormir, igual que los gallos a la mañana o las campanas a deshora. Cosas de la edad.
Un abrazo
Ojala me despertaran a mi los grillos y los gallo en lugar de los jóvenes trasnochadores o los repartidores de prensa en las madrugadas. Las campanas dejaron de sonar a deshoras hace tiempo. Algun vecino con poder consiguió limitar su uso.
Las añoranzas de este tipo nos delatan. Fuimos mucho más felices que lo son ahora con sus consolas y desconsuelos ¿no crees?
Abrazos y gracias.
Cuando voy al campo en verano si algo me gusta es escuchar los grillos y las chicharras. Me has evocado recuerdos de niñez.
Suerte
Esa era la intención y me alegra haberlo conseguido. Muchas gracias.
He disfrutado por la gracia del argumento, pero además es originalísimo. Y aprovecho para declarar mi «grillofilia» Termino diciéndote que me recuerda a un texto del recientemente fallecido Richard Matheson en un jugoso volumen que tengo de la editorial Valdemar [Ed. del MMIII] que se llama precisamente «Grillos», muy, muy sorprendente que te gustaría mucho. Creo que tu aportación mensual es exitosa.
Toma buena nota. Estoy seguro que me gustará más que la relectura de Metamorfosis. Agradezco el consejo y el comentario. Un saludo.
Buena aportación al mes, Ricardo (hace que no veo un grillo…). En cuanto a la paciencia del tal Arrhenuis es digna de ganar el famoso premio Ignobel, por lo menos.
Saludos y suerte para este mes.
No es broma. Este Sr. consiguió el premio nobel de química en 1903 http://es.wikipedia.org/wiki/Svante_August_Arrhenius
Y lo sorprendente, para mi, fué saber de su paciencia con los grillos.
Un saludo.
Buen relato. En las noches sigo oyendo silbar a los grillos.
Abrazos.
Tienes mucha suerte. Yo hace muchísimo que no los oigo.
Un abrazo Maria.
Con lo que me estaba chiflando la primera parte, yo por lo menos al llegar a los números del final es como si me hubieras dejado en una jaula sola y sin lechuga.
Un abrazo.