Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

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17. Alas amarillas (Carmen Cano)

Aquella tarde Poquelin desoyó los consejos del dueño, se vistió de amarillo y voló por los aires sin red. El trapecio era el número estrella y el público lo adoraba. En un salto vertiginoso se precipitó al vacío y se estampó como pájaro desplumado. Antes de que los espectadores gritaran, Monsieur Pompoff dio la orden de emergencia.

El domador hizo restallar el látigo con furia, las siamesas chinas pasearon su cuerpecito saludando a la audiencia -mientras una sonreía, la otra enjugaba sus lágrimas en un pañuelo-, el malabarista distrajo a los niños con diez bolas de colores, la mujer barbuda amamantó al bebé y los payasos se llevaron el cuerpo entre jocosos aspavientos. En las gradas el público ovacionó de pie aquel derroche circense.

Las funciones siguientes fueron un fracaso. Sin trapecista apenas se vendieron entradas, pero Monsieur Pompoff era un hombre de recursos y acabó anunciando al Ange Nouveau del trapecio. Enfundado en un maillot amarillo y con un antifaz, sus movimientos eran arriesgados y titubeantes. Pronto cayó sobre la pista y el plan de emergencia volvió a enfervorecer al público.

Los payasos siguen con su ronda nocturna entablando amistad con los borrachos solitarios de las tabernas.

18 Responses

  1. Ángel Saiz Mora

    El mundo del circo, hoy en declive, tiene sus reglas y lenguaje propios y únicos. Tú lo has recreado a las mil maravillas: no podía faltar la mujer barbuda, ni el malabarista o los payasos. El mayor mérito era del que más arriesgaba: el malabarista, así es el espectáculo, «más difícil todavía», todo para satisfacer al público del que se nutre. Monsieur Pompoff, con salidas para todo, supo disimular la tragedia de la pérdida de su trabajador más importante con ese bien ensayado «plan de emergencia», como luego, también, volver a repetir el éxito dándolo todo él mismo. Por desgracia, el trapecista no tuvo recambio y él tampoco, haciendo bueno eso de «nadie es imprescindible pero todos somos necesarios». Todo un personaje.
    Un relato muy imaginativo en homenaje al circo, con final triste y hasta dramático, pero tan bien contado que es, a la vez, entrañable.
    Un abrazo, Carmen. Suerte

  2. Carmen has escrito un relato extraordinario. Poniendo como telón de fondo el mundo del circo, nos has contado un gran historia, en donde tenía más éxito lo extraordinario que ocurría en ocasiones, que el espectáculo normal del circo. Pero además, con genialidad has introducido a Moliére y el color amarillo, con todo lo que ello conlleva en el mundo del teatro y el espectáculo, ese «Poquelin» inicial es la clave. Y luego está ese título, que una vez leído el relato, lo redondea.
    Muy bueno, felicidades.
    Te deseo mucha suerte.
    Besos.

    1. Muchas gracias por tu comentario, Ángel. Se trata de un tipo de circo que todos guardamos en nuestra memoria de ficción, pues por fortuna ya no existe. El espectáculo circense ha ido dejando atrás la exhibición de deformidades que alimentaban la curiosidad morbosa de los espectadores de otra época. Hoy esperamos que dejen de maltratarse a los animales.
      Un fuerte abrazo.

    2. Muchas gracias por tu comentario, Javier.
      En efecto, Poquelin (el apellido de Molière) con su indumentaria amarilla desencadena la tragedia en el relato. Y el dueño del circo no se resigna a perder su número más aplaudido. Las alas amarillas se van volviendo negras bajo su dirección.
      Besos.

  3. Deduzco que el consejo del dueño habrá sido que no se vistiera de amarillo y que no volara sin red. De haber sido García Márquez el trapecista, no hubiera habido ningún problema, creo yo, porque como bien se sabe, el amarillo era su color de la suerte (eso sí, no sé que dotes hubiera tenido Gabo para el trapecio, pero en fin, jaja).
    En cuanto a la atmósfera circense del micro, me retrotrajo a la película «El gran pez» y, como no podía ser de otra manera, al libro «Fenómenos de circo», de mi admirada Ana María Shua.
    Un hombre de recursos, Monsieur Pompoff; de ésos que no ponen todos los huevos en la misma canasta.

    Me gustó el micro, CARMEN; te felicito.

    Otro abrazo amarillo para vos y mucha suerte,
    Mariángeles

    1. Muchas gracias, Mariángeles. De haber sido Gabo no hubiesen faltado las flores amarillas ni las mariposas de Mauricio Babilonia. Pero la leyenda de Poquelin es trágica y ha influido en muchos actores.
      Yo también te envío un caluroso abrazo de amarillo benéfico.

  4. Pablo Cavero

    Muy buen relato, muy original con final sorprendente. Me ha gustado mucho. Esos toques de referentes ya te los han comentado, es una historia muy redonda y bien trabajada. Enhorabuena Carmen y mucha suerte.

  5. Beto Monte Ros

    Un relato genial, de premios. Me encanta el personaje de Monsieur Pompoff pero, sobre todo, ese final de miedo. Sin dudas, uno de los mejores de esta convocatoria.
    Saludos.

  6. Nuria Rozas

    Gran relato Carmen. El espectáculo siempre debe continuar… pase lo que pase y sea a quien sea. Es la vida misma. Qué bien escrito está, redondito.
    Mucha suerte con él.
    Besosss.

  7. Enrique Mochón Romera

    El mayor espectáculo lo proporciona en el circo ese “más difícil todavía” que dice Ángel. Eso, no obstante, no debe de estar reñido con la seguridad de los artistas. Trabajar sin red jamás debería ser un aliciente para el público, pero Monsieur Pompoff sabe de sobra que la realidad es otra.
    Magnífica y rica puesta de escena, Carmen, al servicio de una idea y un argumento ambos excelentes.
    Enhorabuena y mucha suerte. Un fuerte abrazo.

  8. Una historia con referencias a Moliere y a esa mala suerte que le atribuyen los actores a salir de escena vestido de amarillo. La historia muy bien trabajada nos muestra todos los personajes del circo, ese dueño que hace de una desgracia su mejor número y esos espectadores insaciables que hacen que se arriesguen cada vez más.
    Excelente relato, Carmen. Te deseo mucha suerte.
    Besos apretados.

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