98. ALEVOSÍA. LOS VIAJES DE LA IGNOMINIA (Jesús Alfonso Redondo Lavín)
Los victimarios esperaban al borde las simas. Esas simas de la sierra de Urbasa, no muy profundas, en forma de redoma que el tiempo y el agua tejieron en la piedra caliza. Aquellas camionetas subían, en las noches del verano de 1936, el meandro de asfalto que une los valles de Burunda y Amescuas. Ojos vendados, manos atadas a la espalda, resignados a sus destinos eran empujados con brutalidad alevosa a la boca de las simas. No se fusilaba, en Navarra no hubo guerra. Un disparo en la frente, un empujón y el eco sordo del golpe de un cuerpo blando sobre el derrubio. Después, en aquel agujero sin salida posible, echaban perros.
Pero para aquella maestra, María Camino, y para dos guardias civiles que renunciaron a la rebelión, no hubo simas. Los “desbargaron” desde el balcón de Ubaba. El cuerpo de ella, liviano, aquella noche de Perseidas, quedó desvencijado entre las ramas de un avellano y los de ellos se destrozaron en el tremedal. Alguien recibió la orden de enterrarlos en el sitio. Por eso hoy, que paseo bajo ese balcón desde el que se despeña pacíficamente la primera fuente del Urederra, tengo la sensación de pisar suelo sagrado.
Qué bonito escribes!
Eres un amigo.
¡Enhorabuena, Jesús, me ha encantado tu relato!
Saludos.
Gracias Rosy Val. Mas te encantará visitar el nacimiento del Urederra si no has estado aún.
He dudado mucho antes de escribir este comentario (por aquello de no «meter la pata»). Al final, lo escribo.
Únicamente una persona con exquisita sensibilidad puede convertir una suerte de crónica historia en un relato dolorosamente bello (sin restar crudeza al hecho de las violentas muertes, hay en tu forma de narrar -sobre todo al final- pinceladas poéticas muy sentimentales)
Recibe un saludo con mis mejores deseos para tu texto
En las Amescuas están los pueblos de los ancestros de mi suegro. Últimamente voy con frecuencia a escudriñar, con el permiso del cura de Eulate, en los libros sacramentales en búsqueda de ancestros. Por las tardes subo con mi pariente y amigo, Felipe Murguialday, a las sierras que rodean ese valle. Paraísos de nostalgia, hayas y helechos. En Julio llegó a mis manos un libro nacido en ese mismo mes sobre los patéticos asesinatos, inducidos por Mola y Solchaga, por insidias vengativas producto de la envidia ruin y cometidos por desalmados requetés, talibanes de un falso Credo. Hoy está entrando la luz en aquellas simas, osarios de la ignominia, que el tiempo había enterrado. Quedé impresionado y por eso escribí sobre estos viajeros sin billete hacia la muerte.
Gracias por compartir el origen de tu relato, Jesús Alfonso.
Parece que no me equivocaba en mi comentario al hablar de «crónica histórica» y de «sensibilidad».
Te felicito por elaborar, como lo has hecho, una historia tan real y tan sentida sobre esos que llamas (¡qué bella expresión!) «viajeros sin billete hacia la muerte».
Espero que recibas mis palabras con agrado.
Un abrazo.
Pues claro que me agradan tus comentarios. Esto es lo bonito de este blog y lo peor que te puede pasar es pasar inadvertido.
Jesús Alfonso, bien contada esta verdadera historia, aunque no contenga nombres ni apellidos, suerte y saludos
Muchas gracias Cala por comentar.