25. Algodón de azúcar
Su madre salió de casa dando las recomendaciones habituales: no abrir a desconocidos, no acercarse a las ventanas y, sobre todo, no tocar la máquina de algodón de azúcar. Pero esta parecía llamar a los dos pequeños golosos. ¿Por qué no fabricar un nube? Habían visto cientos de veces cómo se usaba en las ferias. Accionaron el hornillo y mientras uno daba vueltas al palo de madera, el otro añadía poco a poco el polvo rosado, cuando de repente el saco de azúcar se le escurrió entre los dedos. Las hebras blancas y rosas comenzaron a crecer descontroladas, desbordando por las ventanas e invadiendo el jardín. Los servicios de emergencia, tras sesudas deliberaciones, decidieron movilizar a todos los niños de la comarca, que comieron durante horas, con risas estridentes y pupilas dilatadas por el dulce. Cuando llegaron hasta los hermanos, estos parecían gusanos de seda en capullos rosas. Los niños, con dedos pegajosos, exhaustos y al borde de la hiperglucemia, les liberaron comiendo hasta la última hebra, menos en el pelo y las cejas, que hubo que cortar al cero. Por suerte, el único efecto permanente fue un ligero olor a azúcar quemado que les acompañó de por vida.
Jajaja… ¡Muy bueno! Entre el cuento infantil y la chispa britanica de Roald Dahl.
Muy divertido.
¡Suerte!
Gracias!!
Qué divertido!
Me encantan estas historias de acciones exageradas
Va engrandeciendo según lees como ese algodón de azúcar. Un beso.
Curioso cuento entre lo cómico y lo fantástico. Me gusta la imagen del capullo. Suerte. Un saludo.
Gran dosis de fantasía y de azúcar 😉
Me gusta el resultado, me recuerda a la casita de chocolate pero con un final mucho más tierno: ese ligero olor a azúcar…
Suerte y beso.